Hace como mil (medio) años que no
aparezco por aquí (mal). Pero es que primero una se harta de vacaciones y luego
de volver al trabajo y no encuentra una el tiempo ni las palabras para expresar
lo bien que está. Cierto es que es un poco cansino sólo ver cómo la gente te
cuenta sus desgracias y se calla sus alegrías, pero tampoco es sencillo hablar
de felicidad sin parecer cursi o parecer un manual de consejos que generalmente
sólo se aplican a uno mismo. Así que como tengo una racha de imaginación 0,
bloqueo total, tanto literario como arquitectónico, voy a pasar al tema con el
que no he podido evitar volver. Un tema jodido, del que no sé nada, con el que
estaré más o menos equivocada y con el que estaréis más o menos de acuerdo
conmigo.
Llevo aproximadamente un año tratando
de imitar el comportamiento del avestruz: dar la espalda al mundo y meter la
cabeza bajo el suelo, cuanto más hondo mejor y esperando que a los gusanos no
les dé por cotorrear. Pero a las sierpes lo de dar la espalda no se nos da bien
(por qué será) y alguna que otra vez sacamos la cabeza, lo suficiente como para
desear que nos la corten en ese mismo instante. Que no es que una prefiera no
saber, es que prefiere no cabrearse, o indignarse, o desear poner una bomba en
el Congreso, ya puestos. El credo
de Arya va subiendo en afiliados y los atentados contra la inteligencia humana
se multiplican como Freys: educación,
sanidad, aborto, independencia, Eurovegas, terrorismo, corrupción, desempleo,
recuperación, movilidad exterior… Y claro, con tanto insulto, el subsuelo se
llena de cotillas imitadores de avestruces y no te queda más remedio de
enterarte de todo lo que pasa. Pero lo importante es intentar enterarse bien. La Razón, el
Mundo, el País, Antena3, Tele5, TVE, el Periódico, el Republicano, el de
izquierdas, el de derechas, el de centro, el que es de UPyD y no lo sabe, el
profesor, el médico, el arquitecto, el vecino de abajo, el de arriba, el
pepero, el popero, el pompero y la madre que lo parió. O todos o ninguno,
porque total cada uno va a contar lo que le salga de las narices y la verdad va
a estar en todos sitios y en ninguno. Pero como una no vive eternamente, se
entera de lo que bien puede, como bien puede y como bien le dejan, y por eso
pido disculpas si lo que pueda decir a continuación fuera erróneo y agradecería
que me sacaran de mi error (por mi bien y el del mundo mundial).
Me han entrado ganas de escribir esta
entrada (que promete ser larga, por si quieres hacerte un café o palomitas
mientras tanto) tras ver (o volver a ver, que ya no recuerdo si la vi en su
momento) esta noticia.
Pero para explicar por qué, tendré que remontarme a 1985. O mejor, a finales de
2013, a un hombre y una ley: el señor Gallardón y la reforma de la ley del
aborto. Y para hablar del señor Ministro de Justicia voy a contar lo que pienso
yo de este tema.
NO AL ABORTO (sé que no es época de tomates, pero
las naranjas no son buenas para lanzarlas, en zumo están mucho mejor). No, no y
no al aborto. A partir del momento de la concepción, hay una cosita dentro de
ti, fruto de una unión más o menos deseada, pero que al fin y al cabo es parte
de ti, mujer, y cómo no vas
a querer a esa cosita, aunque no sea el momento más indicado, aunque haya sido
un error, aunque vayas a tener que remover cielo y tierra para que coma él y
comas tú, como mínimo. Y si lo quieres, cómo vas a matarlo, cómo vas a quitarle
la oportunidad de vivir, cómo vas a quitarte la oportunidad de verlo, de
tomarlo entre tus brazos y ver cómo
te mira. Pues no lo sé, no sé cómo lo vas a hacer, pero después de todo esto,
mujer, tus razones tendrás, ¿verdad? Yo, y seguro que muchas como yo pensamos
así, ¿pero acaso hemos estado embarazadas? ¿Acaso nos hemos visto envueltas en
una situación en la que nos hubiéramos planteado acabar con el embarazo? ¿Acaso
somos lo suficientemente empáticas para, sin conocer un caso cercano, ponernos
en la piel de una mujer en una situación tan difícil y decidir si en su caso
abortaríamos o no el periodo de gestación? Yo no. YO NO ABORTARÍA. O sí. No lo sé. No puedo saberlo. No sé en
qué condiciones lo haría y en cuáles no.
NO AL ABORTO. Pero esperad. Que yo diga que no, que
yo crea que no sería capaz de abortar, no significa que llegado el momento y la
situación me planteara hacerlo y quizá dar definitivamente el paso. ¿Que hay
alternativas? Claro que las hay. Y claro que las conozco, al menos unas
cuantas, y claro que me las plantearía una y otra vez porque NO QUIERO ABORTAR.
No quiero quedarme sin mi hijo. Pero quizá, por las razones que sean, no quede
otro camino. ¿Qué después me puedo arrepentir? Seguramente. ¿Qué si soy
consciente de ello? Por supuesto. Lo más probable, dada la situación, es que
pasara noches sin dormir pensando y pensando y pensando.
NO AL ABORTO. Pero si finalmente decido abortar,
¿qué hago? ¿Me jodo y bailo? ¿No puedo hacerlo porque otra persona que ni se ha
visto en mi situación y ni es mujer ha decidido que no puedo? ¿Por qué? ¿Acaso esa tercera persona ha pasado por mi
situación? ¿Ha pensado lo que yo he pensado? ¿Le ha dado vueltas a todo una y
mil veces como he hecho yo? ¿Ha sopesado todos los pros, los contras, las
razones y contrarrazones que yo he visto pasar por mi mente tantas veces que
prácticamente me he vuelto loca? ¿Ha llorado y sufrido como lo estoy haciendo?
Pues ahora va a resultar que no. Que
no voy a poder decidir porque una tercera persona ha pensado por mí que no
puedo hacerlo. Porque soy incapaz de pensar (vaya, con lo que he estado
pensando antes, qué contradicción), porque no tengo capacidad de decisión.
Porque el hecho de que yo decidiera abortar atentaría contra sus normas morales, religiosas y
divinas, aunque probablemente esa tercera persona ni siquiera sepa quién soy y
duerma la mar de a gusto y con un fajo de billetes dentro de un sobre debajo
del colchón. Porque claro, si
aborto, es porque soy atea, puta y gilipollas. ¿Y qué más? ¿Me quedo en casa ya
de paso barriendo y fregando mientras mi señor marido gana el sueldo que
mantiene la familia y se va de putas antes de llegar al feliz hogar donde lo
espero con una mejilla preparada porque he manchado su traje de los domingos de
lejía?
Yo puedo pensar que no abortaría pero no puedo (o no debo, vamos) quitarle ese derecho a otra mujer que en unas circunstancias se viera
obligada a hacerlo. No puedo quitarme ese derecho a mí misma cuando no sé si en
algún momento necesitaré de ese derecho. ¿O acaso tienen que quitar el derecho
a becas porque yo no necesito una o no cumplo ros requisitos? Ah, no, que el
pan como hermanos y el dinero como gitanos. Para eso sí que renegamos.
SÍ AL DERECHO AL ABORTO. Porque es un
DERECHO. No una obligación.
SÍ AL DERECHO AL ABORTO. No al aborto. Al derecho de poder hacerlo. Porque que tenga ese derecho no
significa que vaya a ir a abortar todos los meses a la clínica. ¿O es que acaso
por tener derecho a huelga nos tiramos todo el día tumbados sin hacer nada? Que
lo hagan en el Congreso no significa que el resto de españoles no intentemos
levantar el país.
El derecho no implica la subida del
número de abortos. El derecho implica que las mujeres tenemos capacidad de
decisión y no sólo papis ricos que nos lleven a otro país a que nos lo
practiquen.
Porque el aborto no es sólo cosa de
prostitutas, jóvenes con una educación deficiente y excusas por el estilo. El aborto es cosa de mujeres adultas con capacidad de razonar, de pensar,
de decidir y de hacer con su cuerpo lo que les salga de los ovarios. El aborto
es para católicas, protestantes, ateas, musulmanas, judías, evangelistas,
budistas y de la religión jedi si quieren.
Es un derecho de la mujer, de TODAS
las mujeres y por tanto no debería influenciarse
por creencias, creíques, penseques y borricadas varias. Y yo me pregunto, ¿por
qué la ley no la hacen entre doctores expertos y mujeres que hayan pasado por
ese mal trago, mujeres de toda clase y condición, color y religión, que puedan
establecer unos límites racionales para un asunto tan delicado? Porque a mí,
sinceramente, que el señor Gallardón diga que él no abortaría en caso de feto
con malformación me da igual y me dará igual hasta que no vea al
señor Gallardón preñado de 8 meses.
No somos tontas, señor Ministro. Y si
cree que lo somos, ¿por qué lo somos? ¿Por deficiencia de la familia? ¿Porque
la sociedad nos ha hecho así? ¿Porque por tener XX tenemos que tener por
definición 50 puntos menos de coeficiente intelectual? ¿Y usted que va a hacer
al respecto, prohibírnoslo? Prohibidnos también ir al cine, ya de paso, que
total no vamos a entender las películas de Manolo Escobar. ¿Qué pasa, educarnos
es demasiado difícil? ¿Educar y concienciar a la sociedad es demasiado utópico?
Claro, que te aporree un policía en la cara es mucho más directo, dónde va a
parar.
El derecho al aborto debería ir ligado
con el derecho a la educación y a
la información. A una educación sexual sana. Y no esas charlitas donde una
becaria le pone un condón a un plátano y les dice a las «niñas» de 15
años lo que es la menstruación y les da muestras de compresas y tampones para
que sepan lo que es. Pero claro, hacer lo contrario significa enseñar a pensar. Y no sólo a las mujeres, a los
hombres también. Que las
mujeres deciden porque es su cuerpo, pero el gol no se marca si nadie tira el
penalti. Y no se trata de educación sexual simplemente. Se trata de educación en el respeto. Pero para respetar hay que pensar y no
repetir lo que nos dicen como borricos. Y a la clase política no les interesa
que pensemos. Y para eso está el señor Wert y su magnífica ley, cómo no. Que se
vea que el Gobierno está unido para jodernos a todos.
Ya no es cuestión de aborto sí, aborto
no. Es cuestión de que nos quieren tontos, mansos y obedientes. A todos. Para
poder hacer ellos lo que les salga del juanete del pie con nuestros impuestos,
nuestra salud, nuestra casa, nuestros hijos, nuestra vida y nuestros sueños.
Pues si ellos quieren hacer lo que les
da la gana, yo también.
Porque mi nido (y mis derechos) es mío
y lo aprovecho cuando quiero.