La niña pasó en un instante de
la nerviosa inquietud de la espera a una alegre agitación. Daba pequeños
saltitos al ritmo de las explosiones mientras se agarraba a la pierna de su
madre. Abrió mucho la boca para que no le estallara la cabeza, como había oído
que decía un señor mayor poco antes de comenzar la mascletá. La necesitaba para
que su madre le hiciera los moños cuando fuera mayor. Así podría hacerse una
foto como ella, subida al balcón del ayuntamiento, igual que aquellas niñas que
se entreveían más allá del humo y las luces.
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