Un
rayo de sol la detuvo justo antes de cruzar el umbral. Se echó hacia atrás,
desconfiada, mientras su mirada se perdía en la inmensidad de la calle.
Adoquines, fachadas desvencijadas y un fragmento de cielo mucho menos azul de
lo acostumbrado se extendían más allá de los límites de su existencia. Vacío y
mudo, el mundo exterior parecía amenazarla con aquel haz de luz.
Raquel
dudó. No recordaba la última vez que había estado fuera. Tras las paredes que
constituían su espacio vital todo era seguro y perfecto. La lluvia caía a su
antojo, los paisajes se sucedían como las nubes, las pantallas de plasma
saciaban su curiosidad de forma ininterrumpida. Todos los huecos estaban
cubiertos, pues las redes sociales eran su esporádica ventana al mundo. Una
erudita como ella no necesitaba nada más. Saber, saber y saber, aquel era su
único trabajo en la vida. Y transmitir sus conocimientos por un módico precio.
Sin
embargo, aquel mes había recibido un encargo especial. Al principio le había
parecido como los demás. Quería documentación para una novela ambientada en el
Siglo de Oro español. Aquello la sorprendió: no tenía muchos clientes
escritores. Por lo general preferían documentarse ellos mismos y ahorrar el
dinero para otros menesteres. Pero este resultó ser, cuanto menos, peculiar.
Apenas mostró interés por la historia o las artes de la época. Estaba
obsesionado con la sociedad: la moda, los trabajos, las costumbres. Aunque
requería una búsqueda más exhaustiva, Raquel no tardó en reunir, leer y
clasificar los datos. Para ella era mucho más interesante cuando tenía que
esforzarse. No obstante, por entonces no había llegado a imaginar cuánto
esfuerzo le supondría aquel trabajo.
Los
requerimientos no acabaron ahí. El escritor quería crónicas del pueblo llano,
conocer las formas de cultivo, estudiar las tácticas de combate. Raquel trabajó
con ahínco esos días, ávida de información y animada por la buena suma de
dinero que iba a percibir. Pero esa suma quedó en el aire con el correo
electrónico que aún parpadeaba en su pantalla. «Para un prisionero de aquella
época, ¿cómo sería oler el viento? ¿Cómo sería sentir la caricia del sol sobre
su piel? ¿Cómo percibiría el tacto de la hierba bajo sus pies?» La erudita
tardó unas horas en ponerse a trabajar tras meditar si ese tipo de información
era la que se había propuesto vender. Cuando decidió que su eslogan «El
universo en un click» podría englobarla se puso a buscar con afán hasta hallar
las suficientes declaraciones y descripciones en novelas de todo tipo. Sin
embargo, su cliente no estaba satisfecho.
«Eso
ya lo he leído», le había contestado. «Quiero saber qué se siente de verdad».
Raquel,
contrariada, puso a funcionar inmediatamente el simulador de ambientes y la
impresora 3D. Era la primera vez que le decían que no había hecho bien su
tarea. No tardó en encontrar una tormenta que reflejara su estado de ánimo. Las
pantallas que recubrían las paredes se oscurecieron y su rostro se iluminó
intermitentemente con el reflejo de los relámpagos. Cuando consiguió
apaciguarse redactó sus conclusiones, no sin cierto esfuerzo. Lo suyo era
ordenar, no crear. Aun así envió un texto bastante extenso combinando sus
propias percepciones con información.
«Es
frío, vacío. No es suficiente», fue su respuesta.
La
tormenta no pudo calmarla ni detener su frustración. Solo el sentido común le
impidió enviar un correo de vuelta invitando a su cliente a ver vídeos en
diversas plataformas. O a descubrir el mundo por sí mismo. Sin embargo, ¿quién
era ella para pedir eso? Ella, que vivía a través de la red y se alimentaba de
datos. ¿Cómo podía pedirle a alguien que descubriera lo que ella misma se había
vedado? ¿Cómo podía negar un conocimiento que ella misma se estaba impidiendo
conocer?
Y
allí estaba, con su sillón de ruedas frente a la puerta abierta. ¿A qué olía el
viento? ¿Cómo era la caricia del sol? ¿Cuál era el tacto de la hierba? Un
cosquilleo se instaló en su estómago. Se sentía inquieta y también temerosa por
lo que pudiera haber más allá. Su cubículo era seguro y ordenado. Una feliz
prisión. El exterior se inclinaba ante el caos, era impredecible.
Pero
la curiosidad, como siempre, se impuso.
Se
alzó con dificultad y bajó a la calle. Avanzó un paso y el aire sopló; sintió
frío y el olor distante de la hierba mojada. Anduvo un poco más y el sol la
acarició, y oyó el murmullo de los pájaros en la lejanía. Siguió caminando; el
musgo se le metió entre los dedos de los pies y la piedra le arañó las plantas.
Y sintió cosquillas y dolor, y rió y lloró a la vez. Las horas fueron un
suspiro y el regreso casi una condena.
«Muchas
gracias por su labor», rezaba el correo que recibió más tarde. Raquel nunca
había estado tan satisfecha con un encargo. Se arrellanó en su asiento y
contempló de nuevo en la pantalla frontal el vídeo que le había enviado. Se
sentía extraña. Como si hubiera conocido por fin aquello que llamaban
nostalgia. Pues por mucho saber que atesorase, jamás había llegado a sentir
como en aquel precioso y diminuto instante.
<3 Aunque me gustan más largos (como el de Lektu), mola leerte :)
ResponderEliminarGracias <3 A ver si te pasan enseguida mi relato verde y voy terminando cositas nuevas :)
EliminarHola! Acabo de nominarte a un Booktag, ojalá lo puedas hacer :)
ResponderEliminarhttps://loscorazonesliterarios.blogspot.com.ar/2017/07/booktag-n2-under-200.html
Saludos!