Si alguien vio el último
episodio de Tres marcianos y medio, pudo comprobar que no era fácil hablar de Estación central. Ni siquiera es fácil definir su formato. ¿Novela
antológica? ¿Antología novelada? ¿Relatos entrelazados? Ya os lo podéis imaginar.
La última obra de Lavie
Tidhar publicada en España (con la editorial Alethé, traducción de Alexander
Páez), está compuesta por trece cuentos que, a modo de capítulos, nos narran fragmentos de la vida de ciertos personajes y las relaciones que los unen.
El elemento común a todos ellos es la Estación Central, un gran edificio
multifuncional que sirve de conexión con la Tierra y algunas colonias
extraterrestres, además de puerto para naves suborbitales, centro comercial,
multirreligioso, etc. La Estación es tan caótica como el futuro que recrea el
autor en las páginas de este libro, aunque más bien es un orden oculto que se
nos revela por partes, por lo que somos capaces de entender el conjunto pero no
su funcionamiento completo. La Estación es un personaje más, como ya ocurría en
Neverwhere, de Neil Gaiman, o Switch in the red, de Susana Vallejo;
aparece de telón de fondo o como escenario, hasta el punto de llegar a
personificarse en algunos momentos.
Cada capítulo está
escrito desde el punto de vista de un personaje (aunque hay momentos en los que
Tidhar rompe sus propias normas e introduce varios puntos de vista con cierta
relación entre sí), que nos permite construirlo: conocemos su pasado, sus
motivaciones y también cómo se relaciona con otros personajes. Al principio, la
sucesión es bastante clara para el lector. En el primer relato, narrado desde
la visión de Miriam Jones, aparece Isobel, que será la narradora del siguiente
capítulo. Pero el autor no sigue siempre esta pauta. Personajes como Ibrahim o
Carmel surgen sin haberlos mencionado previamente.
Hay bastantes personajes
con punto de vista (casi tantos como capítulos) y tramas conectadas. Miriam
Jones con Boris Chong, Boris y Carmel, Carmel y Achimwene, Achimwene se toca
levemente con Miriam, Isobel y Motl, Motl tiene una breve charla con Boris,
Ibrahim y Eliezer. Todos son personas no diré vulgares, porque muchos tienen
cualidades que los hacen especiales, pero no son gentes destacables; los
definiría como trabajadores o vagabundos, más de clase baja que media,
habitantes de Tel Aviv a la sombra de la Estación Central.
La ubicación es
trascendental para entender uno de los mensajes que transmite el escritor con
esta historia. Estamos en un futuro (calculo que, como mínimo, 150 años desde la
actualidad, quizá unos 200) en el que la humanidad se ha expandido por el
sistema solar, creado colonias en Marte, el Cinturón, las lunas de Júpiter o
Saturno, incluso recuerdo alguna mención a la nube de Oort. Hay menciones a una
guerra, pero esta transcurrió 100 años antes del presente ficticio. Tidhar
habla de la ciudad judía y la árabe, se llega a nombrar un muro derribado, pero
sobre todo se incide en la diversidad racial que convive en torno a la
Estación. Ya nada más empezar la novela nos encontramos con referencias no solo
a judíos y árabes de Oriente Medio, también a personas con ascendencia
filipina, china, nigeriana y de múltiples lugares de la Tierra que llegaron
como refugiados allí. Pero las luchas que nos son tan comunes hoy en día han
quedado atrás, ya no hay conflictos bélicos ni chanzas entre los habitantes.
Los problemas que los abruman o los pueden enfrentar tienen una procedencia
bastante diferente.
Se sobreentiende que la
tecnología es en gran parte responsable del estado de paz que se disfruta en el
escenario de la novela. El autor imagina un futuro donde casi todos están
conectados por un nodo a lo que llama Conversación,
un fluido constante de información, canales variados de distinta temática, que
llegan más allá del propio planeta. Toda la humanidad está interconectada de
forma que se han creado varios planos de relación: el Universo-Uno, lo que
entenderíamos como el plano físico/real, y el plano virtual, donde prima lo
digital. Me atrevería a decir que incluso este último tiene varios universos de
desarrollo. La Conversación sería
uno; otro, por ejemplo, sería el Guilds
of Ashkelon, la evolución de los MMORPG actuales; otro, sin duda, sería
donde se mueven los Otros.
Hay un último tema bastante importante que tiene cierta relación con la multirracialidad que describe. Y es que, al igual que nos muestra personajes de diferente procedencia, el autor también crea nuevas religiones, inventadas, falsas, digitales, derivadas de la tradición judeo-cristiana, que incluso se complementan. Todas conviven y se practican sin ningún tipo de enfrentamiento entre ellas; de hecho, hay una planta de la Estación Central llamada bazar multirreligioso, o un reverendo de la Iglesia Robot que también circuncida niños judíos e incluso se plantea cambiar de religión en un momento dado.
No diría que es una
ambientación utópica, pero desde luego es mucho más optimista que gran parte de
la ciencia ficción que he leído estos últimos años. Trata el transhumanismo sin
tecnofobia; el desarrollo está integrado en la vida de la gente, incluso hallamos
relaciones simbióticas o manipulación genética. No deja de haber cierta
reflexión ética al respecto, pero no la encontraremos de forma explícita en el
texto, sino que deja que sean los lectores quienes opinen sobre los hechos que
plasma en las páginas.
A pesar de ser claramente
una novela de personajes, estos han sido los que menos me han interesado. Me ha
maravillado la estructura, cómo Tidhar articula la información, las temáticas,
las críticas a las religiones o el tratamiento de los veteranos de guerra, el
trabajo con las lenguas, la terminología (menudo currazo tuvo que pegarse el
traductor, en serio), pero los personajes en sí mismos me daban bastante igual.
Ni siquiera el mensaje de amor universal que se desprende de sus relaciones me ha hecho apegarme más a ellos.
Quizá eso ha salvado que la finalización de algunas tramas (si, ya digo, se le
puede llamar finalizar), aunque no me haya gustado especialmente, tampoco me
haya creado una sensación de decepción. Porque en el fondo me daba igual. No me
atrevería a decir si eso es una virtud o un defecto, si el escritor lo ha hecho
a propósito o si solo ha sido mi subjetividad la actuante, pero lo cierto es
que, aunque me ha maravillado por muchas razones, en la parte emocional me ha
dejado fría.
En definitiva, Estación Central es una historia muy
particular, compleja y muy pensada, que sin duda merece atención. Incluso creo
que para gente que se dedica a escribir y crear historias, es una gran muestra
para analizar y pensar con detenimiento, porque se puede extraer jugo de muchas
partes. Para los que se dedican a leer sin más, es un libro con una longitud óptima, un ritmo constante, una prosa que fluye y que invita a dejarse llevar. Aunque
la terminología y la información pueden ser abrumadoras al principio, la
inmersión es fácil y tiene muchos mensajes sobre los que reflexionar. Desde
luego, si queréis leer algo diferente, es una buena novela a la que acudir.
Título: Estación Central
Autor: Lavie Tidhar
Traductor: Alexander
Páez
Editorial: Alethé (La
esfera de los libros)
Encuadernación: Tapa
blanda con solapas
Año de publicación:
2018
Nº páginas: 320
Precio: 18,90€ / 7,99€
(ebook)