Los hombres me
explican cosas es un libro que engaña. Aunque en la sinopsis resalte que es
un conjunto de ensayos de Rebecca Solnit sobre la desigualdad entre mujeres y
hombres, muchos de los artículos que se incluyen pasan esta temática un poco de
refilón. Lo cual no es malo, ni mucho menos, pero da a priori una idea
equivocada de lo que nos vamos a encontrar.
El primer ensayo, «Los hombres me explican cosas», el que le
da el nombre a la recopilación, ejemplifica con varias vivencias de la autora
en qué consiste el mansplaining y
cómo nos afecta. Solnit habla de confianza y silenciamiento, las dos bases para
que estas situaciones tengan lugar: la total confianza en sí mismos que tienen
algunos hombres y que se transforma en arrogancia cuando la exhibe una mujer,
lo que invita al silencio. El mansplaining
es una manera de perpetuar esta dinámica, de mantener la inseguridad y la
autolimitación que nos imponemos las mujeres para encajar en un sistema en el
que siempre tenemos las de perder.
La autora, no solo en este artículo sino también en otros,
se permite matizar. Algunos hombres. Algunas mujeres. Deja claro en todo
momento que sí, hay excepciones, pero eso no debería distraernos de ciertas
conductas estructurales y normalizadas en la sociedad. Del mismo modo que
denunciamos que la heterosexualidad es normativa y no debería serlo porque
existen otras realidades, denunciar que el machismo también es sistémico y no
debería serlo porque perjudica tanto a mujeres como a hombres, y que por ello
se hace necesario crear una realidad diferente, no significa que estas
realidades no existan ya en algunos entornos y ámbitos.
Rebecca Solnit. Foto: Adrían Mendoza |
En «La guerra más larga» profundiza más en estos patrones,
en concreto en el de la violencia contra las mujeres, «un patrón de profundas y
extensas raíces que es incesante y terriblemente obviado». Si bien estoy de
acuerdo en que, hablando de violencia machista, esta existe independientemente
de la raza, la clase, la religión o la nacionalidad, expresarlo con una frase
como «la violencia no tiene raza» puede dar lugar a una idea errónea sobre
otros tipos de discriminación y represión. Si se puede matizar que «esto no
quiere decir que todos los hombres sean violentos» o «Las mujeres pueden, y lo
hacen, cometer actos de violencia contra su pareja», esto también debería
matizarse. Para mí es lo que más le falta al compendio, un rastro de
interseccionalidad.
Hay un espejismo de ello en «Mundos que colisionan en una
suite de lujo», donde se expone al exdirector del FMI Strauss-Kahn por una
situación de agresión sexual, lo que le sirve para hablar de las condiciones
económicas que creó el Fondo Monetario Internacional para expoliar África. Pero
trata la agresión separadamente del asunto económico, como si el único aspecto
en tuvieran en común fuera una persona despreciable. También se habla de
racismo en otros artículos, pero se trata como algo externo y que compara con
la misoginia, pero no hay un acercamiento al feminismo negro. Y oportunidades
tiene.
Otros ensayos aportan ideas muy sencillas pero efectivas,
como ocurre con «Elogio de la amenaza», donde expresa la contraposición entre
matrimonio igualitario y matrimonio tradicional, no en base a la orientación
sexual de los contrayentes, sino a su posición relativa en la relación. Un
artículo breve pero muy certero, que está entre mis favoritos de Los hombres me explican cosas.
Pero, sin duda, los mejores artículos son los más íntimos,
los más poéticos. Ahí se desata la prosa de Solnit, la relación de ideas, la
construcción del discurso. «Abuela araña» y «La oscuridad de Woolf» entrarían
en este apartado. En el primero se basa en un cuadro de Ana Teresa Fernández
para hablar de obliteración, de las mujeres olvidadas, ocultas, y también de
arte. En el de Woolf, además de mostrar una vez más la influencia de la
pensadora británica en el feminismo actual, me ha gustado sobre todo las
referencias a la creatividad y la identidad.
Solnit utiliza en todo momento un tono calmado, para nada
violento, que invita a reflexionar pero que no deja de ser firme y contundente
en sus afirmaciones.
En «El síndrome de Casandra» se regresa al tema con el que
se iniciaba el libro, y también sucederá con los ensayos siguientes. No al mansplaining en sí, sino al
silenciamiento de las mujeres. Las estrategias que se siguen en redes sociales,
las campañas de acoso, las acusaciones de «supuesta victimización» para evitar
que denunciemos que, efectivamente, somos víctimas. Acusarnos de victimización
también es silenciarnos.
Reactivar este tema le da un sentido a la recopilación y la
convierte en algo más que una serie de artículos independientes. Construye un
relato cohesionado de cómo el feminismo ha hecho cambiar leyes y que se
reconozcan la violación o la agresión sexual como un delito, cosa que antes de
los años 60 no ocurría. Habla de cómo pequeñas acciones han hecho caer
imperios, aunque sea de una forma metafórica, a pesar de que sus protagonistas
no fueron tratadas como heroínas, todo lo contrario.
Aunque hay ensayos que pueden interesar más o menos por su
contenido, Los hombres me explican cosas
te deja con un rayo de esperanza muy propio de la autora. La sensación de que,
aunque con lentitud, se pueden cambiar cosas, aunque a veces haya que pagar un
alto precio. Entre otras cosas, porque libros como este me siguen pareciendo
predicaciones para crédulos, pero siempre me pregunto ¿cómo podría romperse esa
dinámica? Sigo sin tener respuesta. Aun así, para quienes se estén iniciando en el feminismo, es una gran aportación. Para quienes no, aún encontrarán información e ideas de valor, además de una buena traducción de Paula Martín.
Al final, me quedo sobre todo con la afirmación de que las
ideas no pueden volver a encerrarse, y con este párrafo hacia el final:
«La misoginia nunca será abordada adecuadamente si se hace solo desde las víctimas. Los hombres que lo asumen también entienden que el feminismo no es un intento de despojar a los hombres de sus derechos, sino una campaña para liberarnos a todos».
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