Hoy traigo una historia y una especie de experimento.
La historia es triste. No tiene tiempo ni lugar y quizá su forma no sea
más que una serie de conexiones neuronales. Pero existe. Más de lo que creemos.
Más de lo que nos atrevemos a aceptar.
El experimento es simple. He narrado la historia, la he grabado y la he
subido a Youtube acompañada de un poco de música. Creo que cada momento en la
vida tiene su canción, su banda sonora. Creo que cada historia, o cada pedazo
de ella, puede encontrar su sonido, su vibración.
En mi caso, la OST de Ally McBeal me recuerda a una demo de un
TombRaider (y no me preguntéis cuál, porque hace demasiados años ya). El disco
"Revolución" de Warcry me lo escuché leveando una draenei en el WoW.
"A quién le importa", de Alaska me lleva a mis años de instituto.
Así que había pensado, por qué no, unir una historia con su música. La
calidad no es la 100% deseada pero una sierpe hace lo que puede.
Espero que os guste. Os dejo con el vídeo y el relato aparte.
Está oscuro, la puerta cerrada,
los pies fríos.
Te arrebujas bien entre las
sábanas, las mantas y esa pesadez que te envuelve desde hace días. Esa agonía
que te lastra cada vez que observas dentro de ti.
Está oscuro, no hay otro sitio
hacia donde mirar.
Y el dolor pesa, te ancla y te
hunde en el colchón, te ahoga y te retuerce las entrañas.
Alargas la mano. Hay algo allí,
al otro lado del mundo. Algo que respira, que rasga el silencio. Que vive. Que
sueña.
Alargas la mano, pero no llegas.
Tu piel choca contra un muro de conmiseración y culpa que te quema, que te
abrasa nervio a nervio hasta que ardes de arriba abajo.
Te encoges, te alejas, pero no
puedes huir. Sigues quemándote, sigues hundiéndote.
Los pies siguen fríos.
Quieres gritar, pero enmudeces.
¿Quién eres tú para perturbar los sueños de los vivos? ¿Quién eres tú?
Alargas la mano y te detienes.
No puedes pasar por ahí. Por esa silueta oscura que ahora se interpone entre
los dos, entre el sueño y el dolor. Esa silueta fría que te mira desde la
oscuridad y fluctúa entre el mundo y tú. Esa silueta que se levanta con tu
rostro y comunica con tus gestos, que te ha robado el alma y se parece a ti.
Pero no eres tú. No quieres ser
tú.
¿Pero tú, quién eres?
¿Ese ser que se queda soñando
cuando todos se marchan? ¿Ese que se queda mirando al mundo esperando un
momento que no llega? ¿Ese que manda a su sombra a caminar porque sus pies no
son capaces de sostenerlo?
La silueta te mira, sus pupilas
brillan en la oscuridad, clavándose en tus ojos hasta sacarte el pus que supura
bajo tus heridas. Esas que no se ven y solo tú eres capaz de sentir. Esas que
tanto pesan y tanto duelen.
Los pies siguen fríos y la
almohada, ahora, está mojada.
Agarras con fuerza las mantas,
te giras, le das la espalda al sueño y a tu otro yo. Ese yo que no quieres ser
y del que no sabes librarte. El que te atormenta y al que temes.
Le das la espalda, pero sigue
ahí.
Alargas la mano, pero ya no
llegas. Te has ido, cada vez un poco más lejos, cada vez un poco más hondo.
La negrura te devuelve su
endiablada sonrisa desde cada rincón. Te estremeces. Quieres gritar, pero ya no
sabes de dónde sacar las fuerzas.
Estás solo, en el borde de la
cama, con la ayuda al otro lado y eres incapaz de alcanzarla. Eres incapaz de
nada. Porque el tú que puede hacer cosas no es el tú que se retuerce y llora,
el que tiene los pies fríos. Es el que está ahí en medio, siempre en medio,
siempre al frente, en todas partes. El que parece que sobra, pero te echa.
Porque, ¿quién eres tú para llegar a ninguna parte? ¿Quién, débil, cobarde,
culpable?
Nadie, absolutamente nadie.
Y eso pesa, y duele, y te hunde
más y más hasta ahogarte y quedarte inconsciente.
Cuando despiertas, deseas que
todo haya cambiado, que solo seáis dos en la cama, que seas tú quien te
levantes hoy. Pero seguís siendo tres, y dicen que tres son multitud. Nunca
tienes tiempo ni fuerzas para reaccionar y al final, quien se queda un día más
en la cama, con los pies fríos, vuelves a ser tú.
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