No he podido esperar más a
leérmelo. Es mi cuento favorito y la edición es una maravilla. Y aunque me
gusta más la versión Disney (y no por la falta de sangre, sino por Maléfica,
que es la puta ama de la villanía),
hay un algo especial en leer los cuentos narrados de esta manera.
No, no es la versión de
Perrault, de hecho toda la parte sangrienta se la come, sino una adaptación de
principios de siglo XX hecha por Charles Evans e ilustrada por Arthur Rackham.
Y sabe a chimenea, mantas y niños. No para comérselos, aunque creo que en la
versión de Perrault algo de eso pasaba, sino para sentarse con ellos junto al
fuego a leerles la historia.
Al igual que los mesteres de
juglaría, la forma en que está narrado invita a ser leído en voz alta, a
entonar y con ello asombrar a los pequeños oyentes que anden atentos. No hay
que buscar una prosa magnífica ni una historia absorbente. No hay resúmenes, si
hay que nombrar todo lo que había en las mesas del gran salón, se nombra, con
la clara intención de maravillar a los niños con la gran cantidad de cosas que
había para comer (y más a principios de siglo XX, imaginaos el percal…).
De hecho, el prólogo que
acompaña al relato habla de otras versiones anteriores, de la búsqueda del
original por así decirlo, y de los significados que entraña la historia. Hay
que tener en cuenta que esta clase de historias solían ir acompañadas de una
moraleja y también, en este caso, de una exaltación a la corona y la realeza
(la adaptación en este caso es de un inglés), así que tiene cierto aliciente
buscar esos significados ocultos que entrañan los cuentos infantiles. De la
Bella Durmiente, por ejemplo, se habla de que esos cien años de sueño
corresponden a la espera prudente que se debe tener para la iniciación sexual,
o también que el hecho de pincharse el dedo se corresponde con ese paso a la
adultez y el despertar sexual de la princesa. En un artículo que he leído me ha llamado la atención el libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas de Bruno Bettelheim respecto a este
tema, puede ser bastante curioso.
En cuanto a las ilustraciones en
sí, son más bien sombras chinescas, siluetas que acompañan prácticamente cada
página, algunas con más detalle que otras. Desde luego las mejores son las que
están a doble página, con algunos toques de color (azul y dorado), o las de las
habitaciones del castillo donde cada personaje está haciendo algo distinto. Y
también la imagen que hay nada más empezar el libro, que sí que es una
ilustración propiamente dicha más que una silueta.
La edición está cuidadísima y
¡me encanta el papel! (creo que es por deformación profesional, pero el papel
gordito no satinado me vuelve loca). El libro es sin duda toda una pieza de
colección así que si conocéis a alguien que le guste este tipo de cosas, seguro
que le encanta.
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