La
multitud se tragó su figura. La oscuridad lo engulló y juraría que podía oír
cómo masticaba su corazón al ritmo de la música. El suyo, por el contrario,
permanecía intacto. Notaba su presión en el pecho: una bomba a punto de
estallar congelada en el tiempo. Tan fría como sus manos. Como ella misma.
—¿Estás
sola? —se alzó una voz sobre el martilleo del último hit de moda. Procedía del lugar donde se había hallado su
acompañante apenas unos minutos antes. Una sonrisa le iluminaba el rostro
enmarcado en azul eléctrico.
Megan sorbió
con avidez de su vaso y asintió. El líquido resbaló por su esófago y sintió una
suave calidez extendiéndose por su cuerpo cuando llegó a su estómago. Aquella
noche necesitaría mucho más alcohol para poder conciliar el sueño.
—¿Quieres
bailar? —le insistió la voz por encima del ruido.
—¿Eh?
No, gracias —contestó sin mirarla, escudriñando aún entre el gentío mientras su
mente evocaba una y otra vez el momento en el que Brad había decidido rendirse
y desaparecer de su vida para siempre. Aunque lo más probable era que al día
siguiente cambiara de opinión. Pero el daño ya estaba hecho.
—Está
bien, pero si no piensas irte será mejor que busques compañía o te animes un
poco. Las discotecas y ese gesto serio no se llevan muy bien.
Megan volvió
a llevarse el vaso a los labios y dio varios tragos más antes de girarse y
dirigirle una mueca a la chica de pelo fantasía.
—¿Y a ti
qué te importa?
—¿A mí?
Nada —rió, y su vestido blanco destelló bajo las luces multicolores de la sala—.
Pero te estaba observando y me preguntaba si necesitarías hablar con alguien.
—¿Sobre
qué? —le espetó, arqueando una ceja. Bebió de nuevo.
—Pues no
sé. Del tiempo, de las ondas gravitacionales, de las calabazas que le has dado
al chico de antes…
—¿Cómo
sabes que le he dado calabazas?
—Si él
te las hubiera dado a ti creo que hubieras sido tú la que te habrías marchado.
¿Puede ser?
Megan no
respondió e hizo el amago de ir a beber, pero el vaso ya estaba vacío. Lo miró
con una mezcla de hastío y resignación.
—Puedes
coger el mío, si quieres. Yo invito —le ofreció la muchacha. Le tendió una copa
llena de un líquido a caballo entre el ámbar y el limón maduro. Megan lo aceptó
y lo probó, guiñando los ojos por su penetrante dulzor—. Ten cuidado. Sube
rápido.
Dio un
largo trago y en su boca quedó un sabor pegajoso y ácido. Miró a la chica con
cierto recelo, pero sus ojos estaban dirigidos a otra parte. Su cuerpo se contorneaba
al son de la música y aunque parecía moverse igual que todos los demás
asistentes, había algo en su forma de bailar que la hacía parecer única.
—Gracias.
—No hay
de qué —le respondió, dedicándole una sonrisa.
Megan
miró de nuevo hacia la pista de baile. Brad se había ido, lo sabía, pero no
podía evitar desear que apareciera y la envolviera en sus brazos. Era un
sentimiento egoísta, sin embargo no parecía capaz de sentir otra cosa además de
la sangre golpeándole con furia en las sientes.
—Es
verdad, he sido yo quien le ha dado calabazas —aceptó con voz neutra.
La
sensación de que la atravesaban con la mirada la hizo temblar, pero la chica no
se había movido. No obstante, algo le decía que estaba escuchando.
—He roto
con él.
No era
del todo verdad, pero era la mejor manera de resumirlo. Aun así, parecía que la
explicación quedaba incompleta. O quizá era que el alcohol comenzaba a soltarle
la lengua. Lo cierto era que no pudo evitar continuar sin que nadie se lo
hubiera pedido.
—Bueno,
en realidad lo que le he dicho es que es el chico perfecto, que lo aprecio
mucho, pero que no estoy enamorada de él, por mucho que lo haya intentado
durante estos meses.
—¿Intentado?
—La carcajada de la chica silenció por un instante los latidos de la música—.
Uno no intenta enamorarse de alguien, querida. Lo hace y ya está. ¿Por qué
intentabas enamorarte de él?
Ahora sí
que tenía sus ojos clavados en ella, ocultos en la sombra de su flequillo. Aun
así sintió cómo intentaban penetrar dentro de su coraza helada.
—Es el
chico perfecto —dijo, y esta vez sí que era una respuesta completamente
sincera.
—¿Por
qué?
—Pues
porque… Es inteligente y tímido y risueño y maduro. Tiene unos ojos preciosos y
una sonrisa maravillosa. Me encanta su forma de expresarse, su picardía y su
dedicación…
—¿Y eso
lo hace perfecto?
Megan
bebió de nuevo, como si necesitara de ese simple gesto para seguir hablando.
—Para mí
sí.
—¿Por
qué?
Ella
meditó la respuesta al tiempo que se preguntaba por qué le estaba contando todo
aquello a una desconocida en una discoteca de mala muerte en un pueblo perdido
de la mano de Dios.
—Porque
es lo que siempre he pensado que debería ser mi pareja.
La chica
sonrió enigmáticamente y Megan se atragantó al recordar el rostro de Brad
cuando le dijo esas mismas palabras en ese mismo tono. Creía que lo había hecho
para intentar producirle el menor sufrimiento posible, pero la verdad era que
se sentía incapaz de ponerle más sentimiento a aquella situación. La realidad
era esa. Ninguna modulación la haría variar.
—¿Por
qué no dejabas de mirar hacia el sitio por donde se había ido?
—Por si
volvía.
El pelo
azul se meneó, divertido, cuando volvió a reír. Megan se sintió violenta. No le
gustaba que se rieran de ella. Pero no le dio tiempo a decirle nada. La chica
le agarró el brazo y con la mano libre señaló hacia la pista de baile.
—¿Puedes
decirme qué ves?
Megan se
quedó un poco atónita ante la pregunta pero, a pesar de que le costó unos
segundos reaccionar, obedeció.
—Veo
gente bailando. Algunos beben. Unos ríen. Otros cantan la canción que está
sonando.
—Más
cosas —le insistió.
—Hay
chicas y chicos, desde los dieciocho a los que sobrepasan la treintena. Morenas,
rubios, altas, bajitos…
—Fíjate
en alguien en particular.
Su vista
se clavó en un conjunto de chicas que bailaban algo apartadas. La luz de los
focos las iluminaba intermitentemente. Bebió un trago.
—Allí,
cerca de la columna. Una muchacha negra. Lleva el pelo corto y un vestido azul.
Está bailando con unas amigas.
—¿Y qué
más?
Megan
resopló. ¿A qué venía ese interrogatorio? ¿Y por qué seguía contestando a esas
estúpidas preguntas?
—¿Qué
más da?
—Da. Querida,
el amor no entra por los ojos. A tu alma le da igual lo que tu mente haya
catalogado. ¿Por qué quieres que tu chico vuelva? ¿Crees que te enamorarás de
él después?
—No,
claro que no. Si no lo he hecho en estos meses no ocurrirá. Pero estoy bien con
él —dijo, insegura. Oyó el miedo rebotando en sus oídos con cada sílaba. Y en
verdad lo tenía. Temía no encontrar jamás a un chico como aquel. Pero temía
mucho más no poder enamorarse de nadie.
—Y quizá
él lo esté contigo. Pero se merece encontrar el amor tanto como tú. Y si sigues
mirando a la gente solo con los ojos que tienes en la cara te aseguro que no lo
vas a encontrar.
—Anda,
déjame en paz —le escupió, furiosa, y se giró para irse. Ya se había cansado de
toda aquella palabrería. Empezaba a dolerle la cabeza y se sentía mareada. Sin
embargo aquella melena azulada se cruzó en su camino de nuevo.
—Dime
qué viste en la muchacha negra. Por qué la elegiste.
Sus
palabras sonaron casi amenazantes. Megan aguantó el impulso de echar a correr e
hizo el esfuerzo de recordar.
—No
paraba de mirar al móvil. Estaba riendo con sus amigas, pero de repente se
ponía seria y le echaba un vistazo.
—¿Por
qué?
—¿Y yo
qué sé por qué? ¿Qué me importa?
Estaba
enfadada y las palabras se atropellaban en su boca. Sin embargo, algo pareció
desbloquearse dentro de ella y sintió unas ganas repentinas de llorar.
—¿Y tú
qué sabes por qué no te enamoras del chico perfecto? ¿Qué te importa? ¡Si es
perfecto! El amor no es una obligación. Pasa o no pasa. Pero está mucho más
allá de lo que tus ojos pueden ver. Has destacado a una persona por un simple
gesto y no obstante sigues evitando querer conocer qué se esconde detrás de
ella.
Los ojos
de Megan se llenaron de lágrimas cuando comprendió lo que trataba de decirle.
—Bebe,
baila, sueña. Sé quien quieras ser y no quien tu razón te dice que deberías
ser. Déjate llevar y que te lleven, pues solo tu alma puede comprender más allá
de lo que tu cabeza entiende. Nunca llegarás a conocer a alguien por entero,
pero tu razón solo llega a vislumbrar una minúscula parte, incluso de ti misma.
Antes de
darse cuenta el vaso había desaparecido de su mano, sustituido por la de la
chica, que la arrastraba hasta la pista. Se introdujeron entre figuras que se
retorcían y bajaban y subían con la música hasta llegar a un pequeño hueco.
Allí, entre todos aquellos cuerpos danzantes, el mundo le pareció tan ajeno
como ella misma. Incluso Brad. Y vio que el problema estaba allí, en que toda
su vida se construía sobre cimientos tan racionales que se estaba perdiendo una
parte esencial.
La chica
se acercó y le limpió las lágrimas con los dedos. Estaba tan cerca que pudo
comprobar que sus ojos eran de un azul tan intenso como su pelo. Le sonrió con
dulzura.
—¿Quieres
bailar? —le preguntó de nuevo, y esta vez no pudo negarse.
Megan se
olvidó de todo lo que no era ella y su nueva acompañante. Se olvidó hasta de la
música y el ritmo. Se permitió equivocarse y reír por nada. Le pareció estar
más viva que nunca.
Cuando
dieron por terminada la noche, se giró sonriente para darle las gracias a la
enigmática chica que se había inmiscuido tan descaradamente en su vida. Pero
solo alcanzó a ver cómo la multitud se tragaba su pelo azul.
PD: Como el reto consistía en escribir una historia con tu canción favorita como argumento, os dejo la canción :D
PD: Como el reto consistía en escribir una historia con tu canción favorita como argumento, os dejo la canción :D
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