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viernes, 28 de agosto de 2020

~Reseña~ Un poco de odio, o una excelente vuelta al barro

 


Cómo ha crecido Joe Abercrombie en la última década. Quizá no sea la más indicada para decirlo, puesto que leí La voz de las espadas hace ya mucho tiempo y por circunstancias de la vida no pude acabar la trilogía. No es que no me gustara, al contrario, tenía muchos de los elementos que adoro leer en fantasía. Política, magia, batallas y, sobre todo, personajes memorables. Algo que también tiene su última novela, Un poco de odio, pero la evolución es más que notable.

Abercrombie nos presenta el mismo escenario que en la saga de La primera ley, unos años después de su finalización. Por lo tanto, si no la habéis leído y no queréis saber nada de ella, os recomiendo que la leáis primero, ya que se hace mención a personajes y hechos que ocurrieron entre sus páginas (y sabréis quién vive y quién muere, por supuesto, que es lo que me ha pasado a mí). Si aun así preferís tiraros de cabeza hacia esta nueva trilogía, podéis hacerlo sin problema, Un poco de odio funciona de manera independiente. De cualquier forma, os doy la bienvenida a la era industrial.

Ese es uno de los cambios más notorios. Nos trasladamos desde un entorno pseudomedieval a uno en proceso de industrialización. Las ciudades se llenan de fábricas y crecen de manera desorbitada. Esa circunstancia se une a las subidas de impuestos a los nobles, que arrebatan las tierras a los campesinos, los cuales se ven obligados a trabajar en las nuevas fábricas para poder subsistir. La sociedad se transforma a una velocidad vertiginosa, las diferencias sociales, que ya no eran pequeñas, se disparan aún más, provocando el descontento en todos los estratos. Un caldo de cultivo espléndido para conflictos de cualquier tipo, algo de lo que se nutre el autor a la perfección para presentar un nuevo electo de personajes.

Savine, una joven acaudalada especialista en hacer negocio y explotar cualquier oportunidad de inversión a la que pueda sacar beneficio. Orso, el príncipe inútil y perezoso que rehúsa tener responsabilidades. Rikke, la muchacha norteña capaz de ver los fantasmas del pasado y tener visiones del futuro. Stour Ocaso, el pretencioso heredero del Norte que pretende hacerse con todo. Leo dan Brock, otro chuleras que también busca la gloria en el campo de batalla. Gunnar Broad, un exsoldado con estrés postraumático y filones violentos que regresa junto a su familia y un hogar que ya no existe. Vick, una inquisidora que cumple con su trabajo aunque no esté de acuerdo con él en muchas ocasiones.

De esta forma, nos paseamos por todas las clases y una diversidad de personajes que puede resultar abrumadora. Sin embargo, Abercrombie consigue darles una voz propia a cada uno, una personalidad única, además de distribuirlos por tres emplazamientos que serán esenciales en esta primera novela: el Norte, Adua (la capital) y Valbeck, una de las ciudades más industrializadas y donde se desatará uno de los conflictos principales: la rebelión del proletariado.

Ni qué decir tiene que esa ha sido la parte que más he disfrutado. Todo lo que tiene que ver con los cambios sociales de la Revolución Industrial, la situación (y explotación) de los trabajadores, las reflexiones en torno a las rebeliones, las diferentes perspectivas para abordarlas. El autor ya dijo (creo que fue en el Celsius de 2018) que había pasado mucho tiempo documentándose, y se nota. Ignoro si es una traslación directa de una situación real, pero sin duda todo lo que acontece en Valbeck está tratado con un realismo delicioso.

Lo creas o no, todos queremos lo mejor. La raíz de los males del mundo es que nadie se pone de acuerdo en qué es eso.

La situación en Adua es más de preparación, de conocer a personajes, lo cual podría parecer más aburrido en primera instancia, pero qué personajes. Savine y Orso se hacen con el control de la escena en cuanto aparecen. Sus personalidades, por distintas que sean, son arrolladoras. La Savine orgullosa, segura, altiva, feroz, incluso cruel, verá cómo su vida cambia en un instante. La de Orso, como siempre, seguirá siendo un vaivén en el que demostrará un cinismo descarnado, pero también descubrirá partes de él mismo que desconocía. Es difícil no encariñarse con él.

Por el contrario, la trama en el Norte me ha aburrido bastante. Solo Rikke y algunos personajes más secundarios, como Trébol o Finree dan Brock conseguían darle miga al asunto. Y es que tanto Leo como Stour Ocaso son dos tipejos insoportables, dos machitos peleándose para ver quién la tiene más larga. Las batallas se me han eternizado en ocasiones, pues se intentaba crear una tensión que no me ha funcionado, ya que los personajes implicados me importaban bastante poco. No es que tengan nada de malo, es que es lo mismo de siempre. Y con toda la miga que tenía lo demás, para mí ha sido la parte más floja, a pesar de la importancia de algunos de los hechos que acontecen.


¿Y dónde está la magia que mencionaba al principio? Sin duda, el progreso ha cambiado muchas cosas, pero seguirá apareciendo algún mago empeñado en meter las narices en el futuro del reino. Seguramente quien haya leído La primera ley tenga idea de qué pretende El Primero de los Magos, pero yo que no la acabé me he quedado con la intriga. Habrá que seguir con La Era de la Locura (cuyo siguiente volumen se publicará en los próximos meses) para enterarse.

En otro orden, Abercrombie ha hablado en múltiples ocasiones de su evolución como escritor. Siempre está bien comprobar de primera mano que lo ha conseguido. Uno de los aspectos que él ha comentado y que queda patente en Un poco de odio es su tratamiento de los personajes femeninos. Recuerdo los pocos que aparecían en La voz de las espadas de una forma poco agradable. En esta novela, en cambio, hay mucha más variedad y no se limitan a ser putas o esclavas o a sufrir un tipo de violencia determinada. No es que el mundo haya dejado de ser machista, en absoluto, pero las mujeres adquieren poder, cada una en las medidas de sus posibilidades. Savine es el ejemplo más claro, además de su mayor competidora. Isern-i Phail no se queda atrás y, aunque Rikke al principio solo parezca una niña asustada y enrabietada, es un personaje en evolución constante. Finree dan Brock demuestra ser una de las mejores estrategas del reino. May, la hija de Broad, es una chica con una fortaleza y una inteligencia increíble, y la Jueza es una loca psicópata que haría gracia de no ser por todo el horror que lleva consigo. No es que vaya a darle un pin al autor por hacer las cosas bien, pero es de agradecer que haya tenido esta evolución, porque la novela gana muchísimo.

Un poco de odio es puro Joe Abercrombie. Intrigas palaciegas, giros de guion, un narrador a ratos sarcástico, a ratos poético. Un ritmo muy bien llevado, un estilo mucho más pulido. Un romance insinuado que espero que deje de insinuarse porque estoy muy dentro de esa pareja. Cuando parece que todo empieza a cerrarse, todo da la vuelta y queda a la espera de una nueva entrega. El autor sabe lo que tiene entre manos y se nota. Por muchos meses que me haya costado acabar el libro, lo he disfrutado mucho. Gracias a Runas por el ejemplar y a Manu Viciano por la traducción.



Título: Un poco de odio (La Era de la Locura I)
Autor: Joe Abercrombie
Traductor: Manu Viciano
Editorial: Alianza Runas
Encuadernación: Cartoné
Año de publicación: 2020
Nº páginas: 666
Precio: 24,90€ / 12,99€ (ebook)







Laura S. Maquilón
Diseñadora, correctora y escritora. Navego en La Nave Invisible. Autora de El pasado es un cazador paciente e Izahi, a tus hijas.

lunes, 10 de agosto de 2020

~Reseña~ Los hombres me explican cosas, o la deconstrucción del silenciamiento

 

Portada Los hombres me explican cosas

Los hombres me explican cosas es un libro que engaña. Aunque en la sinopsis resalte que es un conjunto de ensayos de Rebecca Solnit sobre la desigualdad entre mujeres y hombres, muchos de los artículos que se incluyen pasan esta temática un poco de refilón. Lo cual no es malo, ni mucho menos, pero da a priori una idea equivocada de lo que nos vamos a encontrar.

El primer ensayo, «Los hombres me explican cosas», el que le da el nombre a la recopilación, ejemplifica con varias vivencias de la autora en qué consiste el mansplaining y cómo nos afecta. Solnit habla de confianza y silenciamiento, las dos bases para que estas situaciones tengan lugar: la total confianza en sí mismos que tienen algunos hombres y que se transforma en arrogancia cuando la exhibe una mujer, lo que invita al silencio. El mansplaining es una manera de perpetuar esta dinámica, de mantener la inseguridad y la autolimitación que nos imponemos las mujeres para encajar en un sistema en el que siempre tenemos las de perder.

La autora, no solo en este artículo sino también en otros, se permite matizar. Algunos hombres. Algunas mujeres. Deja claro en todo momento que sí, hay excepciones, pero eso no debería distraernos de ciertas conductas estructurales y normalizadas en la sociedad. Del mismo modo que denunciamos que la heterosexualidad es normativa y no debería serlo porque existen otras realidades, denunciar que el machismo también es sistémico y no debería serlo porque perjudica tanto a mujeres como a hombres, y que por ello se hace necesario crear una realidad diferente, no significa que estas realidades no existan ya en algunos entornos y ámbitos.

Rebecca Solnit. Foto: Adrían Mendoza

En «La guerra más larga» profundiza más en estos patrones, en concreto en el de la violencia contra las mujeres, «un patrón de profundas y extensas raíces que es incesante y terriblemente obviado». Si bien estoy de acuerdo en que, hablando de violencia machista, esta existe independientemente de la raza, la clase, la religión o la nacionalidad, expresarlo con una frase como «la violencia no tiene raza» puede dar lugar a una idea errónea sobre otros tipos de discriminación y represión. Si se puede matizar que «esto no quiere decir que todos los hombres sean violentos» o «Las mujeres pueden, y lo hacen, cometer actos de violencia contra su pareja», esto también debería matizarse. Para mí es lo que más le falta al compendio, un rastro de interseccionalidad.

Hay un espejismo de ello en «Mundos que colisionan en una suite de lujo», donde se expone al exdirector del FMI Strauss-Kahn por una situación de agresión sexual, lo que le sirve para hablar de las condiciones económicas que creó el Fondo Monetario Internacional para expoliar África. Pero trata la agresión separadamente del asunto económico, como si el único aspecto en tuvieran en común fuera una persona despreciable. También se habla de racismo en otros artículos, pero se trata como algo externo y que compara con la misoginia, pero no hay un acercamiento al feminismo negro. Y oportunidades tiene.

Otros ensayos aportan ideas muy sencillas pero efectivas, como ocurre con «Elogio de la amenaza», donde expresa la contraposición entre matrimonio igualitario y matrimonio tradicional, no en base a la orientación sexual de los contrayentes, sino a su posición relativa en la relación. Un artículo breve pero muy certero, que está entre mis favoritos de Los hombres me explican cosas.

Pero, sin duda, los mejores artículos son los más íntimos, los más poéticos. Ahí se desata la prosa de Solnit, la relación de ideas, la construcción del discurso. «Abuela araña» y «La oscuridad de Woolf» entrarían en este apartado. En el primero se basa en un cuadro de Ana Teresa Fernández para hablar de obliteración, de las mujeres olvidadas, ocultas, y también de arte. En el de Woolf, además de mostrar una vez más la influencia de la pensadora británica en el feminismo actual, me ha gustado sobre todo las referencias a la creatividad y la identidad.

Edinburgh nightclub meme: What was being said - BBC News

Solnit utiliza en todo momento un tono calmado, para nada violento, que invita a reflexionar pero que no deja de ser firme y contundente en sus afirmaciones.

En «El síndrome de Casandra» se regresa al tema con el que se iniciaba el libro, y también sucederá con los ensayos siguientes. No al mansplaining en sí, sino al silenciamiento de las mujeres. Las estrategias que se siguen en redes sociales, las campañas de acoso, las acusaciones de «supuesta victimización» para evitar que denunciemos que, efectivamente, somos víctimas. Acusarnos de victimización también es silenciarnos.

Reactivar este tema le da un sentido a la recopilación y la convierte en algo más que una serie de artículos independientes. Construye un relato cohesionado de cómo el feminismo ha hecho cambiar leyes y que se reconozcan la violación o la agresión sexual como un delito, cosa que antes de los años 60 no ocurría. Habla de cómo pequeñas acciones han hecho caer imperios, aunque sea de una forma metafórica, a pesar de que sus protagonistas no fueron tratadas como heroínas, todo lo contrario.

Aunque hay ensayos que pueden interesar más o menos por su contenido, Los hombres me explican cosas te deja con un rayo de esperanza muy propio de la autora. La sensación de que, aunque con lentitud, se pueden cambiar cosas, aunque a veces haya que pagar un alto precio. Entre otras cosas, porque libros como este me siguen pareciendo predicaciones para crédulos, pero siempre me pregunto ¿cómo podría romperse esa dinámica? Sigo sin tener respuesta. Aun así, para quienes se estén iniciando en el feminismo, es una gran aportación. Para quienes no, aún encontrarán información e ideas de valor, además de una buena traducción de Paula Martín.

Al final, me quedo sobre todo con la afirmación de que las ideas no pueden volver a encerrarse, y con este párrafo hacia el final:

«La misoginia nunca será abordada adecuadamente si se hace solo desde las víctimas. Los hombres que lo asumen también entienden que el feminismo no es un intento de despojar a los hombres de sus derechos, sino una campaña para liberarnos a todos».


 

Título: Los hombres me explican cosas
Autora: Rebecca Solnit
Traductora: Paula Martín
Editorial: Capitán Swing
Encuadernación: Tapa blanda
Año de publicación: 2017
Nº páginas: 152
Precio: 16€ / 3,99€ (ebook)






Laura S. Maquilón
Diseñadora, correctora y escritora. Navego en La Nave Invisible. Autora de El pasado es un cazador paciente e Izahi, a tus hijas.

lunes, 3 de agosto de 2020

~Reseña~ La última luz de Tralia, o la madurez de las relaciones complejas

 
«Y entonces, el silencio.
No un silencio normal, lleno de pequeños susurros inertes. Era un silencio absoluto, que solo podía escucharse en el espacio: la inmensidad del infinito entrando por sus oídos, llenando su cabeza de vacío, de una nada insonora».

Así empieza la primera publicación de Isa J. González, La última luz de Tralia, una novela corta de space opera con una fuerte carga emocional. En ella se narra la lucha por la supervivencia de un joven cuya nave ha sufrido un choque con una nube de asteroides y ha visto cómo el resto de sus compañeros fallecían a causa del accidente.

Este joven, Kenichi, procede de un planeta que está muriendo. Su nave solo es una de las más de mil que salieron de Tralia para buscar un nuevo hogar, un planeta habitable donde poder instalarse y que su pueblo siga viviendo. Sin embargo, las posibilidades son cada vez más escasas. Cuando se encuentra solo en medio del espacio, envía una señal de socorro, sabiendo que lo más probable es que acabe muriendo y compartiendo tumba con sus amigos.


Bosque en Tralia

Sin embargo, alguien acude a su llamada. Otra nodriza que también tiene serios problemas, pero que está tripulada por unos tralianos bastante diferentes: los zestianos son, por decirlo de alguna forma, humanoides adaptados al hábitat marino. Tienen agallas, la piel azulada y el pelo blanco. Su cultura también es diferente. Y, por si eso fuera poco, son dos razas que estuvieron enfrentadas hace tiempo y la desconfianza aún permanece.

La novela va planteando y resolviendo conforme se desarrolla varias cuestiones. ¿Qué problema tiene la nodriza de los zestianos? ¿Por qué acudieron en auxilio de Ken? ¿Encontrarán un planeta donde instalarse? González sabe dosificar la información para mantener en vilo al lector mientras se centra en la relación entre Ken y Rune, uno de los zestianos. El ritmo de la obra se mantiene constante y la autora controla muy bien los silencios y el cambio entre las escenas. El final, sin embargo, me ha parecido precipitado en comparación con el desarrollo del resto, que se había caracterizado por una narración pausada y más sosegada, con pasajes muy bien conseguidos. Es otra de las cosas que me ha encantado de la novela, el equilibrio entre la acción y la descripción/introspección, que siempre aportaba algo nuevo.
«Quería volver a ser aquel Ken que no conocía ese dolor. Que no conocía la pérdida como algo definitivo y descorazonador. La muerte en Guin era dulce, normalmente indolora. Y siempre quedaba el consuelo de que no era definitiva, estéril, de que la energía se mantenía en los árboles que crecían en los bosques de vida. Ken no tenía aquel consuelo para sus compañeros, que habían fallecido en un sitio yermo, donde nunca podría crecer nada más que la escarcha. No había podido enterrar a Trish, ni a Began ni a Mirana. Sus cadáveres nunca alimentarían la tierra de ningún planeta. Sus almas nunca descansarían entre las raíces de la naturaleza. Esa idea le dolía casi más que la muerte en sí.»
Los acontecimientos parecen supeditados a la relación entre Ken y Rune, que cobra gran relevancia una vez se encuentran y que va sufriendo altibajos a lo largo de la novela. Una relación imperfecta, con diferencias entre sus protagonistas que demuestran que nada puede ser insalvable, pero que se necesita paciencia y voluntad. También se ahonda en la importancia del consentimiento, un tema que la autora trata con cuidado y que contribuye a la evolución de los personajes.

Para ser sincera, me habría gustado que hubiera más slowburn entre Ken y Rune. No creo que la obra necesite alargarse, pero el foco en las primeras escenas ya dejaba claro cómo se iba a desarrollar todo. No era un instalove, pero se le acercaba lo suficiente.


Esa cierta prisa en la revelación de un pilar de la historia también acontece en el tramo final. Las pistas están muy bien colocadas y el descubrimiento no sorprenderá a les lectores que hayan prestado atención, pero ahí sí que me hubiera gustado más desarrollo. Sobre todo, porque La última luz de Tralia es una obra muy introspectiva y es algo que no debería perderse. No es fácil hacerlo, y menos cuando se trata de una ópera prima, pero no está de más señalarlo, porque González ha demostrado tener habilidades de sobra para solventarlo.

De hecho, más allá de la narración y la construcción del nexo entre los protagonistas, La última luz de Tralia destaca por muchos otros temas. Como habréis podido deducir, hay espacio para hablar de racismo y ecología, aunque no se ahonde demasiado (es una novela corta, no lo olvidemos), pero también de libertad sexual, de autoconocimiento, de asexualidad, de perdón, de tradición. A través de los personajes secundarios, Tyra, Daven, Sigrid y Eyra, se exponen una serie de circunstancias que influyen en su manera de relacionarse. La autora les da su espacio, los dibuja con mimo en pocas palabras y los hacen partícipes de una historia que les sobrepasa. Se equivocan, tienen miedo, son valientes, se arrepienten. González hace que la Nodriza 2 sea algo vivo y muy real. A eso también contribuyen las pinceladas de ciencia, suficientes para que la obra tenga unos cimientos fuertes pero que no perderán a les lectores que no tengan conocimientos sobre virus y composición sanguínea.

Otro de los aspectos positivos, y esto es algo que suelen dar más las novelas cortas, es que el universo que ha construido la autora se dibuja con pinceladas aquí y allí, pero no hay un tapiz completo. Eso podría permitir a González bucear en esos huecos en un futuro, pero no es algo que la historia necesite para cerrarse. Es cierto que La última luz de Tralia se lee en unas pocas horas y que simpatizamos lo suficiente con los personajes como para querer saber qué ocurre a continuación, pero no es algo que le haga falta a la novela. La historia ya se ha contado. Lo que queremos (lo que yo quiero, al menos), es que González siga narrando aventuras galácticas (o no tan galácticas) con esta sensibilidad y buen hacer. El resto es cuestión de tiempo.




Título: La última luz de Tralia
Autores: Isa J. González
Editorial: Crononauta
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Año de publicación: 2020
Nº páginas: 164
Precio: 15€ / 5€ (ebook)





Laura S. Maquilón
Diseñadora, correctora y escritora. Navego en La Nave Invisible. Autora de El pasado es un cazador paciente e Izahi, a tus hijas.