Según
la RAE, la presión es la fuerza moral o influencia ejercida sobre una persona
para condicionar su comportamiento. Todos
vivimos bajo una presión constante, muchas veces tan arraigada en nosotros
que convivimos con ella de forma natural, sin ser conscientes de que está ahí.
Las leyes, la moralidad, las convenciones sociales: todo influye en nosotros sin que
podamos afirmar de forma vehemente si algo lo hacemos porque realmente queremos
o porque los elementos que nos presionan nos llevan a ello.
Sin
embargo no quiero hacer un ensayo filosofo-psicológico sobre el tema, sino
hacer una reflexión (diría que breve, pero me estaría engañando a mí misma)
sobre cómo nos afecta la presión a la
hora de escribir (aunque también se puede extender a otros ámbitos, por
supuesto) y cómo podemos usarla a nuestro favor y evitar que se ponga en
nuestra contra.
Hace
unos meses publiqué una entrada con algunos consejos sobre concursos literarios
y sobre cómo podían hacer que dejáramos de procrastinar y comenzáramos a
escribir. En uno de los apartados mencionaba la fecha límite como un punto para motivarnos y comenzar una rutina
de escritura. Esta fecha es un punto que nos presiona a cambiar nuestros
hábitos A todos nos ha pasado que hemos vivido felices hasta que nos hemos
cerciorado de que teníamos un examen encima: justo entonces sentimos esa
presión psicológica que nos empuja (a algunos) a dejarlo todo a un lado para
estudiar. Esta fecha límite puede venir dada por un concurso, porque nuestro
lector beta quiera leerla en un momento en particular porque no tendrá tiempo
después, porque una editorial que nos interesa haya abierto recepción de
manuscritos. Pero sobre todo es importante que aprendamos a ponernos nuestras
fechas límite de manera que ejerza una presión real sobre nosotros. No vale con
decir «intentaré tenerlo acabado para tal día y si no, tampoco le faltará
mucho». Porque le faltará, creedme que le faltará. Y para eso hay que tener
cierta fuerza de voluntad también (de la que algunos prácticamente carecemos).
Por eso la presión puede jugar a nuestro favor.
Otro
ejemplo de presión positiva: tu propia
ambición. Ambición a la hora de contar tu historia. De hacer bien tu
trabajo. De escribir lo mejor que sepas
en ese momento. Si para ello te tienes que documentar durante meses, crear
un mundo mastodóntico de la nada, corregir una y mil veces para que todo sea
coherente, no haya erratas, no tengas pleonasmos ni errores estilísticos… si
para ello tienes que estar años con una historia, lo harás. Tu cabecita no
podría vivir habiéndole mandado a una editorial un manuscrito del que no
estuvieras al menos un 90% orgulloso (vamos a dejarle un 10% de margen a la
inseguridad del autor, aunque más de uno pensemos que ocupa más del 50%). Por
supuesto, hay cosas que se te escaparán. Las personas no somos perfectas, por
muy perfeccionistas que seamos (de ahí que los perfeccionistas nos volvamos locos).
Pero sabrás que le dedicaste todo lo que pudiste y no fue una simple vomitera
comercial para hacerte rico y famoso (escribir una vomitera comercial siendo
famoso es fácil, la inversa creo que cuesta algo más).
El
siguiente caso está muy relacionado con el anterior y se da cuando ya has
publicado algo y ya tienes cierto número de lectores que quieren leer más cosas
salidas de tu cabeza. Sean 50 o 5000, lo cierto es que sentirás una cierta
responsabilidad para con ellos. El miedo
a no decepcionarlos, de mejorar lo anterior. En el caso de una saga, de que
la historia les siga emocionando y entusiasmando como la anterior y de corregir
los errores que haya podido haber.
Pero
cuidado, que este tipo de presión se
puede volver en tu contra. No puedes dejar que las expectativas de los
lectores guíen la historia. La historia
(como el tiempo) es la que es. Puedes hacer ciertas concesiones, pero
siempre que sean coherentes y vayan en consonancia con lo que estás tratando de
transmitir. Entre otras cosas porque antes o después entrará en conflicto con
tu ambición. Y una cosa es que en un futuro quieras cambiar algo porque has
madurado y evolucionado como escritor y otra muy distinta que quieras hacerlo
porque no escribiste lo que querías sino lo que tus lectores querían. Los
lectores no saben lo que le conviene a una historia antes de ser escrita,
porque no sabe por qué derroteros va a discurrir (quiero decir, todos habríamos
deseado que Mufasa no muriese, pero entonces, ¿dónde estaría la historia?). Por
supuesto, una vez esté escrita te dirán si les hubiera gustado más una cosa u
otra, y estarán en todo su derecho. Sin embargo nunca olvides esto: no puedes gustarle a todos. No digo que
omitas sus sugerencias y consejos (que en muchas ocasiones te ayudarán mucho a
mejorar), pero también impón tu propio criterio si es necesario.
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La
presión ejercida por los lectores también
puede ser contraproducente si te sobrepasa. Si no sabes qué hacer con sus
expectativas y todo lo que se te ocurre te parece poco. Te bloquearás y no sabrás qué hacer. El bloqueo es fatal cuando
estás bajo presión: es un pez que se muerde la cola. Tienes que quitarte esa
presión de encima. No la necesitas; no es buena. Relájate, cambia de proyecto,
coméntalo con algún amigo que sepa lo que estás escribiendo (muchas veces
contar por qué estás bloqueado hace que tu cerebro trabaje de otra manera y
encuentres una solución mucho más rápido), seguro que él te ayudará a tener las
cosas un poco más claras. Avanza y retrocede si es necesario, pero no te pares:
la historia seguirá en el mismo punto hasta que decidas continuar y nunca te
decidirás si sigues con miedo.
Hay
otro tipo de presión que quizá no te detenga tanto en tu rutina pero que, como
mínimo, te puede poner de mal humor: la insistencia. La insistencia de tus familiares, de tus amigos, de conocidos y no tan
conocidos (también hay lectores así). «¿Para cuándo otro libro?», «¿Sigues
con lo mismo?», «Hace mucho que no publicas nada», «¿Pues cuándo vas a
terminarlo?», «Oye, al menos cuéntame de qué va», «¿Tanto llevas con eso? ¡Si
se tiene que escribir en nada!». JA. En nada, dicen… Pues tardaré lo que tenga
que tardar. QUEMEDEHE. Amigos, familiares, lectores: no necesitamos eso, de
verdad (ni los escritores, ni los artistas, ni nadie que esté haciendo un trabajo
sin tener ningún contrato que le marque una fecha límite). Ya nos encargamos
nosotros de desesperarnos por no haber acabado lo que pensábamos que
terminaríamos hace meses sin necesidad de que nadie nos lo recuerde.
Por
último nombraré un tipo de presión que yo creo que no muchos tenemos en cuenta
(menos quizá los graciosillos que les gusta putear a George R.R. Martin): morirnos antes de acabar nuestra gran obra.
Para los que no tengan esta presión encima, felicidades: no la necesitáis. Para
los que se lo hayan planteado alguna vez: tampoco la necesitáis, hay pocas
probabilidades de que muráis antes de cierta edad si no tenéis enfermedades
crónicas (incluso porque te duela habitualmente el dedo meñique del pie
izquierdo lo más probable es que tardes mucho en morirte) o graves. También
podéis tener fe en que vuestros descendientes encontrarán vuestros manuscritos,
los mandarán a una editorial y os haréis famosos póstumamente, como los grandes
(quien no se consuela es porque no quiere).
En
definitiva: el escritor (y otros artistas, en general) juega con una serie de
condicionantes a la hora de trabajar que le pueden influir. Lo que tiene que intentar es que esa influencia le
sea siempre positiva, le ayude a establecer una rutina y mejorar, y
deshacerse de las influencias negativas, pues no harán más que frenarlo,
bloquearlo y muy posiblemente cogerle manía a la obra (lo que puede desembocar
en una obra descuidada, y eso los lectores lo notan).
Como
habéis visto, la presión que causa reacciones negativas suele venir del
exterior, peor muchas veces el escritor
se puede convertir en su propio enemigo si su propio perfeccionismo le
supera o se agobia al ver que no va a cumplir una fecha en concreto. En caso de
ser el perfeccionismo: relájate, tómate y un tiempo y coge aire. Agobiarte solo
va a hacer que aborrezcas lo que estás haciendo, y eso no es bueno. Si es una
fecha de un concurso: plantéate si cambiando tu rutina realmente puedes llegar
o te será imposible. Si es lo segundo, asúmelo y relájate. Hay más concursos en
el mundo y no merece la pena que te agobies porque eso seguramente hará que tu
manuscrito pierda calidad y no tenga posibilidades. Si la fecha te la ha puesto
la editorial: habla con ellos, seguro que pueden darte un tiempo más de margen.
Pero procurad siempre no abrumaros, porque la productividad bajará en picado y
puede acabar en un bloqueo que no os podéis permitir.
Sé
que hay otros factores que pueden
influir a la hora de ponernos a escribir, como por ejemplo que surja algún
problema con tu editorial, pero creo que estos pueden ser los más comunes. Si
tenéis más ejemplos, tanto positivos como negativos, estaré encantada de
leerlos en vuestros comentarios. Y si os ha servido la entrada tampoco dudéis
en comentar y compartir. ¡Nos leemos!