lunes, 28 de mayo de 2018
Revolucionaria, feminista y geek
Esta es la historia de cómo comentar un libro que te ha tocado intelectual y emocionalmente a todos los
niveles sin soltar grititos ni dar saltitos por doquier. Es una de las ventajas
de escribir tu opinión en lugar de grabarla en vídeo y subirla a youtube, o
quizá una de las desventajas, según se mire.
Siento devoción por las pasiones de la gente. No importa si
hablan del tema más aburrido del mundo; si transmiten la pasión que sienten por
él, me quedo embobada escuchando. Durante una parte de mi vida (y aún hoy me
ocurre a veces), sentía que era incapaz de transmitir algo así por mi forma de
pensar lógica y analítica. Quizá sea un poco vulcana. Pero lo cierto es que la
gente cambia, yo he cambiado, y gran
parte de lo que cuenta La revolución
feminista geek es la historia de ese cambio. ¿Cómo no te va a apasionar
que te cuente tu propia vida alguien que ni siquiera sabe que existes? Pues,
precisamente por ello, es todavía más emocionante. Porque esta es la historia
de Kameron Hurley, pero también la mía y la de muchas otras que un buen día
encontramos unas gafas moradas por el camino. Saber que alguien que vive a
miles de kilómetros, y que ha vivido experiencias tan diferentes, ha llegado a
las mismas conclusiones que tú da una sensación de pertenencia a grupo que no consigue
ninguna afirmación del tipo «No estás sola».
En esta serie de ensayos, Hurley relata algunos hechos de su
vida para acercarnos a dos temas principales: la perspectiva de género en la literatura y la perseverancia en la
escritura. Aunque pueden parecer bastante específicas para el oficio, creo
que es fácil extrapolarlo a cualquier disciplina, ya sea o no artística.
Comentaré primero este segundo tema, más concreto, y que
trata sobre todo en la primera parte de la colección: «Subir de nivel». La autora relata una verdadera carrera de
esfuerzo y tenacidad a lo largo de los años, de rechazos acumulados y
esperanzas frustradas, de cómo lo más
difícil no es llegar, sino mantenerse. Dedica muchas líneas a hablar del
engaño del talento, sin despreciarlo pero también sin vanagloriarlo, porque el
oficio de escritor puede aprenderse y se mejora con la práctica.
Incide mucho en la perseverancia, en aprender de los fracasos, y me parece una buena enseñanza tanto para
los que estamos empezando como para los que ya llevan años ahí. No importa que
sea algo que ya sepas y te han repetido, quienes escribimos somos así de
masocas y necesitamos oírlo y leerlo una y otra vez.
La perspectiva de
género y el feminismo es un tema continuo, que aparece en casi todos los
ensayos, de una forma u otra. En primer lugar, y enlazando con el tema de la
escritura, Hurley no olvida el esfuerzo extra que supone para las mujeres
llegar al mismo lugar que un hombre. No importa cómo seas, pienses o escribas,
tanto editores como público tienen prejuicios en base a tu género y eso genera
unas expectativas en torno a tu obra de las que no eres responsable. Es algo
que sabemos de una forma u otra, aunque cuando no sabemos ponerle nombre es común que caigamos en el argumento
misógino de sentirnos como hombres y que las mujeres sean «otras». También
es común sentir como una victoria general la individual, pero la autora ya
advierte que «Una sola victoria no significa nada» mientras el sistema patriarcal
siga institucionalizado en todos los aspectos de nuestra vida.
Hurley persigue su propia evolución para lanzar un mensaje de sororidad continuo. Ya no
solo en el premiado «Siempre hemos luchado», en muchos de los ensayos señala no
solo que somos muchas, sino que ha habido otras antes que nosotras. Es un mensaje de esperanza y fortaleza,
puesto que ahora estamos mucho más en contacto gracias a las redes sociales,
«incluso si a menudo discutimos entre nosotras en Twitter, y nos criticamos
nuestros argumentos de mierda, puntos muertos y gilipolleces». Porque no se
trata de ser amigas, sino de construir algo mejor entre todas, cada una de la
forma que mejor creamos, y dejar algo mejor a la próxima generación; derribar
muros y ayudarles a superar los que quedan para que no se vean ante la titánica
perspectiva de hacerlo todo desde el principio.
También hay muchas páginas dedicadas a la responsabilidad de las historias que contamos, del discurso que
crean y tiene su eco en la realidad. Vivimos en un mundo diverso, aunque muchos
hayamos crecido en la visión de que el defecto es el hombre blanco heterosexual
y el resto somos excepciones, incluso cuando constituimos el 50% de la
población. Hurley sigue acudiendo a sus propias experiencias para ilustrar
estas afirmaciones y reivindicar la necesidad de una literatura más plural. Si
ahora hay un hueco para ella es porque los lectores la exigimos, buscamos
autoras, o historias con personajes no normativos, o sistemas socioculturales
en los que no se imiten las mismas jerarquías que tenemos.
Además de ejemplos personales, el apartado «Geek» está dedicado a analizar elementos o construcciones en
productos culturales como son series o películas. Habla de cómo ensalzamos
a los monstruos e invisibilizamos a las mujeres, o reducimos sus circunstancias
a las del propio cuerpo. Comenta lo perezoso que resulta que la acción de las
mujeres provenga de un asalto
sexual, y reinvindica que la solución es buscar otras alternativas, ya no
solo para no perpetuar un estereotipo sino para enriquecer la historia.
La tercera parte, «En
lo personal», es la más dura, pero donde más he aprendido. Dependiendo de
las razones de cada lector para leer este libro, puede que esto le resulte más
o menos interesante. Para mí ha sido una clase sobre madurez y valoración de lo
que poseemos, tanto a nivel personal como a nivel institucional. En un periodo
en que cada año se reduce la inversión en la salud pública de nuestro país,
leer las dificultades que acarrea un sistema como el estadounidense (al que
quería, si no lo ha hecho ya, volver Trump) debería enseñarnos la suerte que
tenemos y solidarizarnos todavía más con aquellos que ni siquiera disponen de
eso.
No obstante, creo que la parte más importante es la relativa
a la gestión de las redes sociales. No son clases de marketing, sino más bien qué supone cómo respondes a las críticas y
cómo te comportas ante las movidas que hay todos los días en redes sociales.
El mote de sierpe me viene por algo, entre otras cosas
porque cuando me enfado puedo soltar mucho veneno; no es nada nuevo, nunca me
he escondido en este sentido, y lo cierto es que me ha ido mejor que intentando
ser diplomática. Ya lo he dicho antes, soy medio vulcana, medio humana. Eso me
permite entender razones y motivaciones de mucha gente y empatizar con ellas,
aunque no esté de acuerdo al 100% en ningún discurso. Pero eso también hace que
me lluevan críticas de todas partes, lo cual me ha generado bastante ansiedad,
largas conversaciones y demasiadas situaciones incómodas.
Con el tiempo he aprendido a responsabilizarme solo de mis
propias palabras y actos y a entrar cada vez menos en según qué discusiones
que, preveía, solo me generarían disgustos. Intenté callarme, pero tampoco
funcionó. «Era patético. No sirvió para nada. Aun así vinieron a por mí.
Incluso fue más fácil despreciarme, ignorarme, dar por supuesto que no era más
que alguien sobre la que todos podían pasar por encima y escupir basura sexista
y racista sin que nadie les llevara la contraria». Vaya, parece que no soy la
única que ha pasado por ahí. Eso sí, llevaba un tiempo en que no sabía
gestionarlo. Porque tampoco sé dejar de generar discordia. Tengo mis opiniones,
más o menos acertadas, y de vez en cuando la cago. Pero hay gente que sabe
perdonarme y otra que no, o incluso a quienes directamente les caigo mal e
ignoro por qué me leen. Solo merecen la pena las personas del primer grupo. El
resto es humo, ni mis amigos ni mi público no están ahí. Ya pasé una época en
la que intentaba ser otra persona para tener más amigos. Tenía trece años y
sufría bullying. No funcionó. No
funcionará ahora. No voy a dejar de ser
yo para agradar a nadie. Voy a seguir siendo imperfectamente yo, y quien
quiera aguantarme y leerme lo hará con conocimiento de causa. No voy a negar que
leer a Hurley me ha ayudado a reafirmarme en esto, porque a veces solo
necesitas una voz externa para animarte a seguir ese camino, aunque quizá no
sea el mejor, eso el tiempo lo dirá.
Sin embargo, también tiene razón en otra cosa, y es que no merece la pena enclaustrarse en un tema
o persona en particular. En primer lugar, porque te roba tiempo y energías;
en segundo, porque centrarse en una situación tóxica y convertirla en un tema
asiduo es una forma más de silenciarte; y, por último, porque las olas de odio
solo generan más odio, luego tenemos que vernos las caras y pueden volverse en
tu contra. Es mucho mejor bloquear, silenciar y cortar todo contacto.
«¡Totalmente justo y saludable, incluso deseable!».
Tampoco es que esté de acuerdo con toda su visión. Hurley es
muy amiga de las mujeres brutales y desagradables, y, aunque me gusta mucho ese
tipo de personajes, creo que no es la única manera de reflejar a una mujer
fuerte. No obstante, es la propia autora quien da la solución: «Es lo que
calificamos de "blando" o "femenino" lo que hace posible la
civilización. […] No lastraba a mis personajes con estereotipos forzados,
conflictos predecibles y fracasos imaginativos. Buscaba las distintas formas en
que expresamos nuestra humanidad. Escribía sobre personas. No caricaturas».
Para mí, la clave está en crear mujeres diversas, que hagan cosas, no solo que
les pasen cosas. Lo comenté, por ejemplo, al hablar de La armadura de la luz (Minotauro,
2017): Iviqui tiene pequeños momentos de esplendor en los que elige su propio
camino, pero la mayoría del tiempo se ve arrastrada por las circunstancias.
Tiene un papel activo, sí, pero el peso de la narración no recae sobre ella. No
digo que eso esté mal, es un modo de enfocar el relato que depende mucho de
cada historia. Solo digo que personajes como Akko (Little Witch Academia), a pesar de estar llenos de
estereotipos más que discutibles, son mujeres
fuertes sin ser violentas o guerreras. Su fortaleza reside en su tenacidad,
en la persecución de su sueño a pesar de las dificultades. Podemos crear narraciones desde ahí y desde muchos otros ángulos
para no llenar las estanterías de un nuevo arquetipo.
Me parece que ya he hablado suficiente de muchas de las
ideas que me ha transmitido este libro. Para mí ha sido un viaje apasionante,
donde he aprendido a conocerme mejor a mí misma y analizar varios de mis
comportamientos. Si tuviera que destacar las tres temáticas que más me han
entusiasmado las resumiría en: sororidad,
visibilización y empoderamiento. Quizá esto te haga pensar que es un libro
dirigido en exclusiva a mujeres, pero no es así. Es cierto que cuando la autora
interpela al lector se refiere a una mujer escritora, pero como ya he dicho
antes, puede extrapolarse tanto a otros trabajos como a otros colectivos
oprimidos. Incluso así, recomiendo su lectura a hombres que quieran entender
cómo vivimos la opresión e invisibilización sistémica las mujeres, o cómo
entendemos la literatura y su mensaje, siempre con un acercamiento abierto.
Porque «podemos escoger el camino seguro. O podemos escoger tomar parte en la
construcción de algo mejor». Y necesitamos
a todo el mundo para construir un futuro mejor.
Título: La revolución feminista geek
Autora: Kameron Hurley
Traductor: Alexander Páez
Editorial: Alianza Runas
Encuadernación: Tapa dura
Año de publicación: 2018
Nº páginas: 264
Precio: 18,50€ / 12,98€ (ebook)
jueves, 3 de mayo de 2018
~Reseña~ La cámara sangrienta, o el simbolismo de la sensualidad
Hay un culto a Angela
Carter bajo los adictos a la acción y el fantástico moderno. Es difícil huir del hechizo que se genera
al leer su obra, una mezcla de fascinación e incertidumbre que hace que el
aire se espese a nuestro alrededor y que el mundo pierda consistencia por el
reajuste de densidades. Con La cámara sangrienta, la autora
revela una visión muy particular de los cuentos clásicos, llena de símbolos,
colores y sensualidad. En el caso de esta edición de Sexto Piso, estas
características quedan potenciadas con los dibujos de Alejandra Acosta.
La colección se abre con el relato homónimo "La cámara
sangrienta", una versión
del cuento de Barba Azul que encierra todas las peculiaridades de
Carter: el ambiente gótico; el estilo recargado, con figuras imaginativas; la
dama protagonista, su sensualidad; el contraste entre el blanco de la piel o la
nieve, la oscuridad y la sangre. La autora teje una historia en la que las
mujeres cumplen un papel activo, alejándose de la pasividad de los cuentos
clásicos.
Este hecho es una constante en todos los relatos, si bien
son muy diversos entre sí. Tanto "El cortejo del señor León" como "La
novia del tigre" son versiones de La
Bella y la Bestia, aunque creo que se
acercan más a la de Villeneuve que a la de Beaumont. Mientras el primero se
centra más en la reacción a lo extraño frente a la naturalidad del trato, el
segundo se adentra en el simbolismo y en el despertar sexual de la mujer. No es
este un tema impropio de los cuentos clásicos, al contrario, es el mismo
trasfondo que el de otras historias como La
bella durmiente; la diferencia radica en cómo maneja Carter la situación. La protagonista es quien tiene el poder
de decisión, es la Bestia quien parece ser el ser inocente.
"La novia del tigre", por Alejandra Acosta |
Hay otro cuento, "La dama de la casa del amor", en
la que parece mezclar elementos de estos
dos clásicos. Aparece la barrera de espinos y la figura del
"príncipe", si bien este toma la forma de la "Bella",
extraña e inocente en el castillo. La Bestia se corresponde con una joven
vampiresa. Este quizá es el relato que más recuerda a "La cámara
sangrienta", por su exposición y su simbología. Es central la contraposición entre perfección e imperfección,
sobrenaturaleza y humanidad, sin duda una crítica al estereotipo de belleza,
aunque Carter no parece huir de él en el resto de historias.
"El gato con botas" diría que es una sátira sobre las historias de amor cortés.
El propio gato se ríe de su amo, su ceguera ante el amor y las peripecias que
inventa para alcanzar su objetivo. La
mujer es partícipe del plan y responde más a la imagen tradicional de
villana: quiere disfrutar de su sexualidad y la fortuna de su esposo.
Tanto "El rey de los trasgos" como "La niña
de nieve" son cuentos mucho más
poéticos y simbólicos que el resto. El primero, de hecho, tiene más de
descripción que de narración, mientras que el segundo recupera algunos
elementos de Blancanieves para acabar
con una escena de lo más truculenta.
En los tres últimos relatos de la colección, "El hombre
lobo", "La compañía de los lobos" y "Lobalicia", como
podréis adivinar, Carter se centra en la figura del lobo y el licántropo. En
los dos primeros casos se basa en el cuento de Caperucita, mientras que en el
último hace un juego de espejos con Alicia. Es importante cómo empodera la figura de la niña, le da un
cuchillo y la arma de decisión. En el caso de "Lobalicia", es
fascinante cómo describe el proceso de madurez al tiempo que narra una historia
paralela, cómo contrasta el animal con el humano, en esa forma tan violenta que
tienen las personas de reaccionar frente a lo diferente. Sin embargo, no escapa
del tópico de la maldad de los lobos.
"La compañía de los lobos", por Alejandra Acosta |
Es constante la mención a la sangre, las rosas, los pezones
rojos, los labios rojos, la capucha roja, incluso utiliza el término menstruación como metáfora. Estos símbolos,
junto a la sensualidad de sus mujeres y el hecho de hacerlas elementos activos
de la narración, son los que hacen que se hable de La cámara sangrienta como una obra
feminista y transformadora. No obstante, dado el momento en el que estamos,
en el que el feminismo empuja fuerte de nuevo y los retellings se han adueñado de la cultura popular durante los
últimos años, puede que esta característica de la obra de Carter se nos quede corta y no nos sepa a nuevo.
A mí me ha maravillado más por la fuerza de sus imágenes que por el trasfondo
empoderante.
Es una colección estudiada, con un orden muy medido, aunque
a ojos del lector hay relatos que,
inevitablemente, destacan más que otros. En mi caso han sido los de
"La cámara sangrienta" y "La dama de la casa del amor",
aunque las razones sean bastante subjetivas. El estilo recargado puede llegar a
aburrir en cierto punto, cuando se prima más el simbolismo y la narración entre
líneas que la propia historia. Pero es que donde puede encontrar un lugar de
honor Angela Carter es en el estudio de
su obra y en la lectura apaciguada. Es de esos libros que se aprovechan más
a lo largo del tiempo que con el atiborramiento, de los que merece la pena
comentar entre varios, en un club de lectura o con algún académico. Seguro que
lo enriquecería muchísimo.
Yo recomendaría
hacerse con Quemar las naves, que
incluye también estos relatos y muchos más, y proponerse disfrutar de ellos de
forma pausada. Querréis volver a muchos de ellos.
Título: La
cámara sangrienta
Autora: Angela Carter
Ilustradora: Alejandra Acosta
Traductor: Jesús Gómez Gutiérrez
Editorial: Sexto
Piso
Encuadernación: Tapa dura
Año
de publicación: 2014
Nº
páginas: 180
Precio: 23€
Dalayn
Lectora por vocación. Arquitecta por amor al arte. Soñadora de mundos y hacedora de historias. Escribo porque me hace feliz.
Lectora por vocación. Arquitecta por amor al arte. Soñadora de mundos y hacedora de historias. Escribo porque me hace feliz.