Rebuscando entre mis cosas encontré hace días relatos escritos hace mucho. Tanto que algunos ni recordaba que existían.
En ese momento entiendes un poco por qué algunos escritores no leen algo que hayan escrito (y finalizado, claro) con anterioridad. Un autor no debería considerar nunca que ha escrito su mejor obra. Si no mejoras con cada cosa que escribes, te estancas.
Eso
no significa que lo anterior no haya merecido la pena. Cada acierto y sobre
todo, cada error, son los que te hacen avanzar. Y siempre queda un pedacito de
ti atrás.
Parece
mentira, pero me ha sorprendido encontrar el pedacito de mi yo de 15 años,
cuando escribí el siguiente relato. No me recordaba y he visto que en el fondo
no he cambiado tanto. Si ahora tuviera que volver a escribirlo desde el
principio, seguramente sería muy distinto, pero la esencia no cambiaría.
Cuando
me premiaron el relato dijeron que fue precisamente por esa esencia. He llegado
a pensar muchas veces que si no hubiera ganado aquel concurso a día de hoy no
seguiría escribiendo. Y entonces encontré los relatos. No solo este. También
otros, algunos que escribí con 6 años para el colegio, cartas a mi yo del
futuro, pensamientos plasmados en un diario.
Llevo
escribiendo desde que supe hacerlo. No para nadie en particular, solo para mí.
Es prácticamente una necesidad. Estos últimos años que apenas he tenido tiempo
para ello lo he notado mucho más. Esa inquietud que te consume hasta que lo
dejas todo, agarras un papel y lo sacas. Ha sido como mi psicólogo particular.
Hay
cosas que me gustaría compartir. Otras son mi propia herencia. Pero todas,
absolutamente todas, son para mí. Luego podrán estar mejor o peor escritas, y
ahí entran otras cosas en juego, como la experiencia y la superación. Pero eso
también es parte de uno mismo. Y eso es lo importante, estar contento con lo
que haces, porque al final, independientemente de lo que digan los demás, es
para ti.
Yo
sigo contenta con este relato. Sé que tiene fallos, muchísimos, y aunque lo he
retocado un poco prácticamente está como se publicó en el folleto del concurso.
Mentiría si dijera que no me importa si os gusta o no, porque me importa. Pero también
es cierto que a mí me seguirá gustando por muchos errores que sé que tiene.
Quiero creer que he aprendido de ellos, si no de todos, al menos de muchos. Y
espero seguir aprendiendo.
Os
dejo con el pequeño lagartijo.
Pom, pom, pom.
El reino nazarí de Granada cayó en 1492 bajo el reinado de los
Reyes Católicos.
El reino nazarí de Granada cayó en 1492 bajo el reinado de los
Reyes Católicos.
El reino nazarí de Granada cayó en 1492 bajo el reinado de los
Reyes Católicos.
Pom.
Pom.
Pom.
Intento volver a
repetir la frasecilla en mi mente, pero mis ojos se quedan mirando cómo sube y
baja el boli cada vez que golpea la mesa del escritorio. Finalmente, lo dejo
caer. El bolígrafo rueda por la mesa y acaba estrellándose contra el suelo.
Ahora todo está en
silencio, excepto cuando suspiro. Cierro los ojos y me recuesto en la silla.
Palpo los resúmenes de historia a ciegas y los cierro con cuidado.
Esta es, sin
ninguna duda, la peor tarde de verano de toda mi vida. Aunque haya hecho lo
mismo que el día anterior. Eso no quita que sea tremendamente aburrida. Barajo
la idea de ir al salón, pero eso implica exponerse al aire acondicionado. Y no
estudiar. Y eso es algo que no puedo permitirme.
Dentro de un mes
son los exámenes de septiembre y apenas he empezado a estudiarme los Reyes
Católicos. Y la semana que viene hay fiestas en el pueblo. Otro fin de semana
sin tocar un libro.
Pero no pienso
dejarlo todo para el último día. Bastante pesada me resulta ya la Historia de
por sí como para que encima tenga que estudiármela toda del tirón. Luego se
vomita en el examen y si la di, no me acuerdo.
Que te quede una
asignatura es un auténtico peñazo. Mi predecesora era una chica de
sobresaliente, pero en mi mente lógica y metódica no entra tanta letra junta.
Además, ¿qué más me da a mí lo que hizo tal rey en tal año y los problemas que
tuvo para conseguirlo? Yo ya tengo suficiente con los míos. Y tampoco puedo
dejar de recordar quién es el responsable de todos ellos, tanto los del rey,
como los que yo misma padezco.
Por eso estoy
aquí, en esta especie de prisión, pero una prisión segura. A veces uno tiene
que hacer sacrificios para procurarse una vida mejor, aunque ello implique
renunciar a uno mismo.
Menuda libertad
utópica que tienen estos humanos. El mundo real es mucho más cruel.
Me levanto de la
silla y agarro uno de los bolsos que cuelgan de un pequeño perchero de hierro,
con formas onduladas. Meto el móvil, el monedero, y todos esos trastos que
llevan los humanos: pañuelos, mechero, papel, bolígrafo
No, el abanico no.
Bastante cosas inútiles llevo ya encima.
Finalmente, me
meto un cúter al bolsillo. Puede que haya sacrificado mi yo, pero no mi vida, y
hay costumbres de las que no puedo permitirme prescindir. Ir armada es una de
ellas.
Salgo de la
habitación y abro la puerta de la entrada, pero mi medio madre me interrumpe a
medio camino.
¿A dónde vas,
Clara?
A dar una vuelta
le contesto, intentando ocultar una mueca. No me gusta ese nombre. No me gusta
en absoluto.
¡Con el calor que
hace! Bueno, de acuerdo, no vuelvas muy tarde. ¿Has terminado ya de estudiar?
Mmm
sí, se
podría decir que sí le respondo sin poder evitar sonreír. Soy malvada, me
cuesta ocultarlo.
Ya veo. La
señora que ahora es mi madre me mira con la mirada interrogante, escéptica.
Sabe perfectamente que no he estudiado nada. Tampoco hay que ser Einstein para
darse cuenta. Bueno, sé que el reino de Granada cayó en
en el siglo XV
bajo
el reinado de
de dos reyes muy famosos. Eh, no está mal para ser el primer día.
-Al menos
recógete el pelo, que te dé el aire añade, antes de despedirse. Que te
diviertas, hija.
Claro, mamá.
Adiós.
Traspaso el umbral
y cierro la puerta con un sonoro golpe. Lo siento por la señora Carmen, pero no
pienso recogerme el pelo. Todo el año que llevo con ella y mi nueva familia he
dejado que me crezca una larga melena sólo para poder sentir aún más el calor.
Por suerte, Miguel había hecho una buena elección. Seguramente este pueblo sea
uno de los pocos sitios donde el invierno sólo dura un par de semanas; la
primavera, cuatro o cinco meses; y el verano, el resto del año. Y, seguramente,
yo soy una de las pocas personas a las que les encanta este calor asfixiante.
Aun así, prefiero el Infierno.
Sin embargo, me
gusta pasearme por la orilla del río y disfrutar de la poca naturaleza que hay
en un mundo tan civilizado y tecnológico como este. Lo que tarde en irse al
garete me importa bien poco.
Así que bajo por
las escaleras del bloque de pisos hasta la calle, una enorme y empinada cuesta
repleta de supermercados y gente. Siempre está llena, con coches subiendo y
bajando, y siempre tengo que hacer milagros para conseguir cruzarla sin
que se me lleven por delante. Una calle odiosa, sin ninguna duda. Como la
Historia.
Llego a una
cafetería que hace esquina, me siento en una mesa en la terraza y pido un café
bien caliente. Cuando le digo a la camarera que no quiero hielo, se me queda
mirando extrañada, pero hace lo que le he pedido.
Aunque no lo dice,
sé qué palabra se ha formado en su cabeza. La he estado escuchando todo el
curso: rara. Sí, ahora todos piensan que soy rara, al menos más que antes,
aunque todos creen que es por la enfermedad que supuestamente había superado.
Qué ingenuos son
los seres humanos. Siempre tan fáciles de engañar
Aun así habían
detectado ciertas diferencias y actitudes. Tampoco es muy difícil. Yo no soy mi
yo de antes, pero tampoco soy la humana cuyo cuerpo estoy ocupando. Según he
oído, la anterior Clara era una chica abierta, simpática, estudiosa, cariñosa y
con muchos amigos. En cambio, la nueva es totalmente diferente. Silenciosa,
distante, arisca en ocasiones y sin hablar con nadie. Todos dicen que soy un
bicho raro.
La camarera no es
una excepción, pero tampoco la culpo. Hay unos cuarenta grados de temperatura
en la calle. Y yo voy con un jersey, aunque fino, de manga larga.
Suspiro. Sé que
tengo que parecer normal. Puedo oír la voz de Miguel advirtiéndomelo y
repitiéndomelo una y otra vez. Pero no puedo negar lo que realmente soy, o más
bien, era. Miguel se empeña en decir que ahora he cambiado y me tengo que
acostumbrar a ello. Que tengo que ser Clara. Pero aunque haya renunciado a mi inmortalidad,
sigo siendo Vendetta, y no puedo negarlo. No puedo negarme a mí misma. No del
todo. Y Miguel sabe que tengo razón.
Los cambios son
difíciles y sé que con esfuerzo acabaré perdiéndome poco a poco hasta ser la
Clara que todos quieren que sea. Pero en el fondo continuaré siendo un alma
encerrada en una vida que no es la suya, y ese será mi infierno particular. A
veces prefiero el de verdad. Aunque muchos no lo crean, duele menos.
Me acabo el café,
pago y me dirijo al parque que hay enfrente, coronado por una enorme noria de
madera. Se puede decir que los humanos son ingenuos, pero también son
prácticos, sin duda.
Bajo hasta el río
y paseo por su orilla con lentitud, observando el cañaveral y las flores que
crecen a ambos lados del camino. Me pregunto cuánto tardarán en extinguirse. Al
ritmo que van los humanos arrasando con todo, no mucho.
El paseo me
tranquiliza; es lento, sin prisas. Me cruzo con varias personas pero ni
siquiera me molesto en mirarlas. Cuando me aburro de mirar el paisaje y predecir
su destrucción, saco el mechero y empiezo a apagarlo y encenderlo. Echo de
menos pasarlo por mi miel hasta quemarla, pero a los humanos les salen llagas
que luego duelen un horror. Así que es mejor evitar la tentación. Menuda ironía.
Cuando finalmente
llego a un gran parque, lleno de álamos y columpios, ya casi ha oscurecido.
Todo está sumido en la ardiente penumbra previa al anochecer. El cielo está
teñido de un rojo desvaído, un color que se refleja en alguna nubecilla de las
que bailotean por las alturas. Me quedo contemplando cómo se va haciendo más y
más oscuro, hasta que al final se pueden distinguir claramente las estrellas en
el firmamento.
En ese momento, mi
sexto sentido se pone alerta. Miro rápidamente a mi alrededor, pero no consigo
distinguir nada. Lo cual no significa que no haya alguien.
Podrán haberme
arrebatado la inmortalidad (bueno, básicamente fui yo la que renunció a ella),
pero no así otras de mis capacidades. Siento el peligro acechando como una daga
a punto de hundirse en el cuerpo de su víctima. Me alejo de allí, poco a poco,
hacia la salida. El peligro se acerca cada vez más, hasta que noto una ráfaga
de aire que hace que mi melena se alce con el viento antes de volver a posarse
en su lugar. Un aire cálido, espeso y con olor a azufre que hace que se me
erice el vello de la nuca.
Sin pensármelo dos
veces, echo a correr. Mis piernas se mueven a una velocidad pasmosa y mi
respiración se va acelerando junto al pulso, hasta parecer que el pecho me va a
explotar en cualquier momento. Por el rabillo del ojo me parece vislumbrar
sombras que se mueven y que parecen abalanzarse sobre mí. Sin embargo,
desaparecen en cuanto mi vista se posa en ellas, para reaparecer más tarde al
otro lado.
El aire,
impregnado de azufre, hace que respire con dificultad. Pero una fuerza sacada
desde lo más profundo de mi ser me empuja a seguir corriendo sin parar a
recuperar el aliento. Apenas soy consciente de los giros que doy en cada
esquina ni las cuestas que asciendo. Aunque, desde luego, mi cuerpo sí parece ser
consciente de ello, ya que cuando llevo un par de cuestas los músculos de las
piernas parecen arder.
Cuando quiero
darme cuenta, me encuentro ante unas escaleras que en aquel momento se me hacen
interminables. Sin embargo, consigo llegar al final, aunque tengo que pararme a
tomar aire, porque si no creo que me voy a acabar ahogando. En ese mismo
instante, alguien me empuja contra una columna y me tapa la boca con su mano.
Siento un dolor punzante en la cabeza al golpearme con el poste, y el miedo me
atenaza hasta tal punto que la visión se me nubla.
¿Es así como
recibes a los amigos? dice una voz, la perteneciente al ser cuya mano sigue
manteniéndome firmemente sujeta contra la pared. Pero reconozco esa voz. Y esa
silueta. Así, recortada con el fondo de una vieja ermita detrás, me resulta
inconfundible.
Él advierte el
reconocimiento en mi mirada, pues aparta la mano y la cambia por su boca, la
cual aprieta mis labios con fuerza. Yo no puedo evitar entreabrirlos para dejar
paso a la ferviente pasión que siempre nos ha unido, una pasión que ahora nubla
mi mente y me impide concentrarme en las miles de preguntas que acuden a mi
cabeza.
¿Qué demonios hace él allí? Nos está poniendo en peligro a
los dos. Sobre todo a mí.
Finalmente, se
separa y me mira.
Eso está mucho
mejor. Se nota que aprendes rápido. Aunque
estás un poco cambiada desde la
última vez, Detta añade mientras me mira de arriba abajo.
Claro que he
cambiado. Estoy metida en un cuerpo humano. Yo tuve que elegir ese camino para
librarme de la ira de Lucifer, después de haberlo traicionado relacionándome
con un ángel. Assassin, que también se había hecho amigo de Miguel, también
tuvo que salir huyendo. Pero prefirió permanecer bajo su forma demoníaca,
manteniendo sus poderes y su inmortalidad, a suplantar a un humano. A pesar de
tener que estar vagando por el mundo completamente solo.
Miguel escogió a
Clara minuciosamente. Quince años y en coma profundo. Conectada a una de esas
máquinas que te alargan la vida sin importarles si estás sufriendo o no. A
Lucifer le gustarían. Cuando su alma abandonó su cuerpo, mi esencia pasó a
ocuparlo. Pasé a tener el pelo corto y los ojos verdes. Era obvio que había cambiado. En cambio
Tú no has
cambiado nada le digo. Y es cierto. Tiene el mismo aspecto de siempre.
Pantalones y botas de cuero, un jubón que deja su pecho al descubierto y el
pelo negro revuelto. Su expresión es la personificación de la lujuria, la
soberbia y el orgullo. Sus ojos lanzan destellos en la oscuridad.
Maldición. Su
cuerpo sigue volviéndome loca.
¿Qué tal este
último año? me pregunta con una sonrisa sarcástica.
Seguro que nada
que te parezca importante. La vida humana es bastante aburrida.
Sí, supongo que
echarás de menos la vida del demonio
Creo que la
respuesta es bastante previsible. ¿Y tú? ¿Qué haces por aquí? Sabes que vernos
es peligroso
podrían estar vigilándote.
Tranquila, Detta,
tranquila
Vuelve a acercarse a mí y me besa de nuevo, esta vez con más
lentitud, descendiendo después hasta mi cuello y rodeándome la cintura con sus
fuertes manos. Cierro los ojos para dejarme llevar al mismo tiempo que lo
abrazo para sentir la tensión de sus músculos bajo mi piel. No me están vigilando.
Confía en mí.
¿Confiar? ¿En un
demonio? Casi río bajo sus labios. ¿Dónde se había visto aquello?
No, no confío en
él. Nunca lo había hecho. Lo nuestro sólo es físico. Nunca ha habido confianza.
Y menos en este momento.
Mi mente deductiva
señala que hay un fallo en sus palabras. Alguna inflexión en su tono de voz no
concuerda. Pero mis sentidos humanos me limitan. Maldición. Me estoy
acelerando. Y eso no es bueno. Tengo que tranquilizarme. Tengo que centrarme.
Repito sus palabras en mi mente. Reavivo el sonido exacto de la frase. Sé que
soy lo suficientemente inteligente como para saber localizar el error sin tener
que atender a nada más. Puedo hacerlo.
«No me están
vigilando». Eso ha dicho. Sin dudas. Sin sonar tranquilizador. Absolutamente
sincero.
«Por todas las
llamas del Infierno».
El error está en
la frase en sí. En lo que significa. Si no lo están vigilando, eso implica que
ha dejado de ser un renegado; han dejado de perseguirlo. Ha vuelto al redil. Y
Lucifer no perdona a los que lo retan. No perdona a nadie. Sólo acepta un
precio para volver bajo su diabólico manto.
El precio de la
sangre.
Abro los ojos
cuando me doy cuenta de a qué ha venido Ass. Por el rabillo del ojo consigo
vislumbrar el destello del metal bajo la luz de las farolas justo a tiempo.
Un grito agónico
sale de su boca mientras se separa de mí. La daga que sostiene en la mano cae
al chinarro con un sonido seco. Tiene el rostro congestionado por el miedo. Los
ojos, desorbitados por el terror, miran el mango del cúter que sobresale de su
pecho. Lo tiene clavado justo en el corazón.
Con un último
aullido, Ass estalla en llamas y desaparece para siempre.
No quedan más
testigos de lo ocurrido salvo la daga que recojo del suelo. Pienso conservarla.
Mantenerla cerca mientras espero a que otro demonio aparezca para matarlo,
igual que he hecho con Ass.
Todo con tal de
sobrevivir
y vivir en paz.
Pues a mí me ha gustado bastante. Se parece a las historias que escribía durante mi adolescencia y eso me hace nostálgicamente feliz. Gracias por compartirlo, lady Sierpe =D
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado ^^
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