Blog de literatura fantástica

martes, 20 de octubre de 2015

~Relato~ Una cita con el diablo

Rebuscando entre mis cosas encontré hace días  relatos escritos hace mucho. Tanto que algunos ni recordaba que existían.


En ese momento entiendes un poco por qué algunos escritores no leen algo que hayan escrito (y finalizado, claro) con anterioridad. Un autor no debería considerar nunca que ha escrito su mejor obra. Si no mejoras con cada cosa que escribes, te estancas.

Eso no significa que lo anterior no haya merecido la pena. Cada acierto y sobre todo, cada error, son los que te hacen avanzar. Y siempre queda un pedacito de ti atrás.

Parece mentira, pero me ha sorprendido encontrar el pedacito de mi yo de 15 años, cuando escribí el siguiente relato. No me recordaba y he visto que en el fondo no he cambiado tanto. Si ahora tuviera que volver a escribirlo desde el principio, seguramente sería muy distinto, pero la esencia no cambiaría.

Cuando me premiaron el relato dijeron que fue precisamente por esa esencia. He llegado a pensar muchas veces que si no hubiera ganado aquel concurso a día de hoy no seguiría escribiendo. Y entonces encontré los relatos. No solo este. También otros, algunos que escribí con 6 años para el colegio, cartas a mi yo del futuro, pensamientos plasmados en un diario.

Llevo escribiendo desde que supe hacerlo. No para nadie en particular, solo para mí. Es prácticamente una necesidad. Estos últimos años que apenas he tenido tiempo para ello lo he notado mucho más. Esa inquietud que te consume hasta que lo dejas todo, agarras un papel y lo sacas. Ha sido como mi psicólogo particular.

Hay cosas que me gustaría compartir. Otras son mi propia herencia. Pero todas, absolutamente todas, son para mí. Luego podrán estar mejor o peor escritas, y ahí entran otras cosas en juego, como la experiencia y la superación. Pero eso también es parte de uno mismo. Y eso es lo importante, estar contento con lo que haces, porque al final, independientemente de lo que digan los demás, es para ti.

Yo sigo contenta con este relato. Sé que tiene fallos, muchísimos, y aunque lo he retocado un poco prácticamente está como se publicó en el folleto del concurso. Mentiría si dijera que no me importa si os gusta o no, porque me importa. Pero también es cierto que a mí me seguirá gustando por muchos errores que sé que tiene. Quiero creer que he aprendido de ellos, si no de todos, al menos de muchos. Y espero seguir aprendiendo.

Os dejo con el pequeño lagartijo.


Pom, pom, pom.
El reino nazarí de Granada cayó en 1492 bajo el reinado de los Reyes Católicos.
El reino nazarí de Granada cayó en 1492 bajo el reinado de los Reyes Católicos.
El reino nazarí de Granada cayó en 1492 bajo el reinado de los Reyes Católicos.
Pom.
Pom.
Pom.
Intento volver a repetir la frasecilla en mi mente, pero mis ojos se quedan mirando cómo sube y baja el boli cada vez que golpea la mesa del escritorio. Finalmente, lo dejo caer. El bolígrafo rueda por la mesa y acaba estrellándose contra el suelo.
Ahora todo está en silencio, excepto cuando suspiro. Cierro los ojos y me recuesto en la silla. Palpo los resúmenes de historia a ciegas y los cierro con cuidado.
Esta es, sin ninguna duda, la peor tarde de verano de toda mi vida. Aunque haya hecho lo mismo que el día anterior. Eso no quita que sea tremendamente aburrida. Barajo la idea de ir al salón, pero eso implica exponerse al aire acondicionado. Y no estudiar. Y eso es algo que no puedo permitirme.
Dentro de un mes son los exámenes de septiembre y apenas he empezado a estudiarme los Reyes Católicos. Y la semana que viene hay fiestas en el pueblo. Otro fin de semana sin tocar un libro.
Pero no pienso dejarlo todo para el último día. Bastante pesada me resulta ya la Historia de por sí como para que encima tenga que estudiármela toda del tirón. Luego se vomita en el examen y si la di, no me acuerdo.
Que te quede una asignatura es un auténtico peñazo. Mi predecesora era una chica de sobresaliente, pero en mi mente lógica y metódica no entra tanta letra junta. Además, ¿qué más me da a mí lo que hizo tal rey en tal año y los problemas que tuvo para conseguirlo? Yo ya tengo suficiente con los míos. Y tampoco puedo dejar de recordar quién es el responsable de todos ellos, tanto los del rey, como los que yo misma padezco.
Por eso estoy aquí, en esta especie de prisión, pero una prisión segura. A veces uno tiene que hacer sacrificios para procurarse una vida mejor, aunque ello implique renunciar a uno mismo.
Menuda libertad utópica que tienen estos humanos. El mundo real es mucho más cruel.
Me levanto de la silla y agarro uno de los bolsos que cuelgan de un pequeño perchero de hierro, con formas onduladas. Meto el móvil, el monedero, y todos esos trastos que llevan los humanos: pañuelos, mechero, papel, bolígrafo… No, el abanico no. Bastante cosas inútiles llevo ya encima.
Finalmente, me meto un cúter al bolsillo. Puede que haya sacrificado mi yo, pero no mi vida, y hay costumbres de las que no puedo permitirme prescindir. Ir armada es una de ellas.
Salgo de la habitación y abro la puerta de la entrada, pero mi medio madre me interrumpe a medio camino.
—¿A dónde vas, Clara?
—A dar una vuelta —le contesto, intentando ocultar una mueca. No me gusta ese nombre. No me gusta en absoluto.
—¡Con el calor que hace! Bueno, de acuerdo, no vuelvas muy tarde. ¿Has terminado ya de estudiar?
—Mmm… sí, se podría decir que sí —le respondo sin poder evitar sonreír. Soy malvada, me cuesta ocultarlo.
—Ya veo. —La señora que ahora es mi madre me mira con la mirada interrogante, escéptica. Sabe perfectamente que no he estudiado nada. Tampoco hay que ser Einstein para darse cuenta. Bueno, sé que el reino de Granada cayó en… en el siglo XV… bajo el reinado de… de dos reyes muy famosos. Eh, no está mal para ser el primer día.
—-Al menos recógete el pelo, que te dé el aire —añade, antes de despedirse—. Que te diviertas, hija.
—Claro, mamá. Adiós.
Traspaso el umbral y cierro la puerta con un sonoro golpe. Lo siento por la señora Carmen, pero no pienso recogerme el pelo. Todo el año que llevo con ella y mi nueva familia he dejado que me crezca una larga melena sólo para poder sentir aún más el calor. Por suerte, Miguel había hecho una buena elección. Seguramente este pueblo sea uno de los pocos sitios donde el invierno sólo dura un par de semanas; la primavera, cuatro o cinco meses; y el verano, el resto del año. Y, seguramente, yo soy una de las pocas personas a las que les encanta este calor asfixiante. Aun así, prefiero el Infierno.
Sin embargo, me gusta pasearme por la orilla del río y disfrutar de la poca naturaleza que hay en un mundo tan civilizado y tecnológico como este. Lo que tarde en irse al garete me importa bien poco.
Así que bajo por las escaleras del bloque de pisos hasta la calle, una enorme y empinada cuesta repleta de supermercados y gente. Siempre está llena, con coches subiendo y bajando,  y siempre tengo que hacer milagros para conseguir cruzarla sin que se me lleven por delante. Una calle odiosa, sin ninguna duda. Como la Historia.
Llego a una cafetería que hace esquina, me siento en una mesa en la terraza y pido un café bien caliente. Cuando le digo a la camarera que no quiero hielo, se me queda mirando extrañada, pero hace lo que le he pedido.
Aunque no lo dice, sé qué palabra se ha formado en su cabeza. La he estado escuchando todo el curso: rara. Sí, ahora todos piensan que soy rara, al menos más que antes, aunque todos creen que es por la enfermedad que supuestamente había superado.
Qué ingenuos son los seres humanos. Siempre tan fáciles de engañar…
Aun así habían detectado ciertas diferencias y actitudes. Tampoco es muy difícil. Yo no soy mi yo de antes, pero tampoco soy la humana cuyo cuerpo estoy ocupando. Según he oído, la anterior Clara era una chica abierta, simpática, estudiosa, cariñosa y con muchos amigos. En cambio, la nueva es totalmente diferente. Silenciosa, distante, arisca en ocasiones y sin hablar con nadie. Todos dicen que soy un bicho raro.
La camarera no es una excepción, pero tampoco la culpo. Hay unos cuarenta grados de temperatura en la calle. Y yo voy con  un jersey, aunque fino, de manga larga.
Suspiro. Sé que tengo que parecer normal. Puedo oír la voz de Miguel advirtiéndomelo y repitiéndomelo una y otra vez. Pero no puedo negar lo que realmente soy, o más bien, era. Miguel se empeña en decir que ahora he cambiado y me tengo que acostumbrar a ello. Que tengo que ser Clara. Pero aunque haya renunciado a mi inmortalidad, sigo siendo Vendetta, y no puedo negarlo. No puedo negarme a mí misma. No del todo. Y Miguel sabe que tengo razón.
Los cambios son difíciles y sé que con esfuerzo acabaré perdiéndome poco a poco hasta ser la Clara que todos quieren que sea. Pero en el fondo continuaré siendo un alma encerrada en una vida que no es la suya, y ese será mi infierno particular. A veces prefiero el de verdad. Aunque muchos no lo crean, duele menos.
Me acabo el café, pago y me dirijo al parque que hay enfrente, coronado por una enorme noria de madera. Se puede decir que los humanos son ingenuos, pero también son prácticos, sin duda.
Bajo hasta el río y paseo por su orilla con lentitud, observando el cañaveral y las flores que crecen a ambos lados del camino. Me pregunto cuánto tardarán en extinguirse. Al ritmo que van los humanos arrasando con todo, no mucho.
El paseo me tranquiliza; es lento, sin prisas. Me cruzo con varias personas pero ni siquiera me molesto en mirarlas. Cuando me aburro de mirar el paisaje y predecir su destrucción, saco el mechero y empiezo a apagarlo y encenderlo. Echo de menos pasarlo por mi miel hasta quemarla, pero a los humanos les salen llagas que luego duelen un horror. Así que es mejor evitar la tentación. Menuda ironía.
Cuando finalmente llego a un gran parque, lleno de álamos y columpios, ya casi ha oscurecido. Todo está sumido en la ardiente penumbra previa al anochecer. El cielo está teñido de un rojo desvaído, un color que se refleja en alguna nubecilla de las que bailotean por las alturas. Me quedo contemplando cómo se va haciendo más y más oscuro, hasta que al final se pueden distinguir claramente las estrellas en el firmamento.
En ese momento, mi sexto sentido se pone alerta. Miro rápidamente a mi alrededor, pero no consigo distinguir nada. Lo cual no significa que no haya alguien.
Podrán haberme arrebatado la inmortalidad (bueno, básicamente fui yo la que renunció a ella), pero no así otras de mis capacidades. Siento el peligro acechando como una daga a punto de hundirse en el cuerpo de su víctima. Me alejo de allí, poco a poco, hacia la salida. El peligro se acerca cada vez más, hasta que noto una ráfaga de aire que hace que mi melena se alce con el viento antes de volver a posarse en su lugar. Un aire cálido, espeso y con olor a azufre que hace que se me erice el vello de la nuca.
Sin pensármelo dos veces, echo a correr. Mis piernas se mueven a una velocidad pasmosa y mi respiración se va acelerando junto al pulso, hasta parecer que el pecho me va a explotar en cualquier momento. Por el rabillo del ojo me parece vislumbrar sombras que se mueven y que parecen abalanzarse sobre mí. Sin embargo, desaparecen en cuanto mi vista se posa en ellas, para reaparecer más tarde al otro lado.
El aire, impregnado de azufre, hace que respire con dificultad. Pero una fuerza sacada desde lo más profundo de mi ser me empuja a seguir corriendo sin parar a recuperar el aliento. Apenas soy consciente de los giros que doy en cada esquina ni las cuestas que asciendo. Aunque, desde luego, mi cuerpo sí parece ser consciente de ello, ya que cuando llevo un par de cuestas los músculos de las piernas parecen arder.
Cuando quiero darme cuenta, me encuentro ante unas escaleras que en aquel momento se me hacen interminables. Sin embargo, consigo llegar al final, aunque tengo que pararme a tomar aire, porque si no creo que me voy a acabar ahogando. En ese mismo instante, alguien me empuja contra una columna y me tapa la boca con su mano. Siento un dolor punzante en la cabeza al golpearme con el poste, y el miedo me atenaza hasta tal punto que la visión se me nubla.
—¿Es así como recibes a los amigos? —dice una voz, la perteneciente al ser cuya mano sigue manteniéndome firmemente sujeta contra la pared. Pero reconozco esa voz. Y esa silueta. Así, recortada con el fondo de una vieja ermita detrás, me resulta inconfundible.
Él advierte el reconocimiento en mi mirada, pues aparta la mano y la cambia por su boca, la cual aprieta mis labios con fuerza. Yo no puedo evitar entreabrirlos para dejar paso a la ferviente pasión que siempre nos ha unido, una pasión que ahora nubla mi mente y me impide concentrarme en las miles de preguntas que acuden a mi cabeza.
¿Qué demonios hace él allí? Nos está poniendo en peligro a los dos. Sobre todo a mí.
Finalmente, se separa y me mira.
—Eso está mucho mejor. Se nota que aprendes rápido. Aunque… estás un poco cambiada desde la última vez, Detta —añade mientras me mira de arriba abajo.
Claro que he cambiado. Estoy metida en un cuerpo humano. Yo tuve que elegir ese camino para librarme de la ira de Lucifer, después de haberlo traicionado relacionándome con un ángel. Assassin, que también se había hecho amigo de Miguel, también tuvo que salir huyendo. Pero prefirió permanecer bajo su forma demoníaca, manteniendo sus poderes y su inmortalidad, a suplantar a un humano. A pesar de tener que estar vagando por el mundo completamente solo.
Miguel escogió a Clara minuciosamente. Quince años y en coma profundo. Conectada a una de esas máquinas que te alargan la vida sin importarles si estás sufriendo o no. A Lucifer le gustarían. Cuando su alma abandonó su cuerpo, mi esencia pasó a ocuparlo. Pasé a tener el pelo corto y los ojos verdes. Era obvio que había cambiado. En cambio…
—Tú no has cambiado nada —le digo. Y es cierto. Tiene el mismo aspecto de siempre. Pantalones y botas de cuero, un jubón que deja su pecho al descubierto y el pelo negro revuelto. Su expresión es la personificación de la lujuria, la soberbia y el orgullo. Sus ojos lanzan destellos en la oscuridad.
Maldición. Su cuerpo sigue volviéndome loca.
—¿Qué tal este último año? —me pregunta con una sonrisa sarcástica.
—Seguro que nada que te parezca importante. La vida humana es bastante aburrida.
—Sí, supongo que echarás de menos la vida del demonio…
—Creo que la respuesta es bastante previsible. ¿Y tú? ¿Qué haces por aquí? Sabes que vernos es peligroso… podrían estar vigilándote.
—Tranquila, Detta, tranquila… —Vuelve a acercarse a mí y me besa de nuevo, esta vez con más lentitud, descendiendo después hasta mi cuello y rodeándome la cintura con sus fuertes manos. Cierro los ojos para dejarme llevar al mismo tiempo que lo abrazo para sentir la tensión de sus músculos bajo mi piel—. No me están vigilando. Confía en mí.
¿Confiar? ¿En un demonio? Casi río bajo sus labios. ¿Dónde se había visto aquello?
No, no confío en él. Nunca lo había hecho. Lo nuestro sólo es físico. Nunca ha habido confianza. Y menos en este momento.
Mi mente deductiva señala que hay un fallo en sus palabras. Alguna inflexión en su tono de voz no concuerda. Pero mis sentidos humanos me limitan. Maldición. Me estoy acelerando. Y eso no es bueno. Tengo que tranquilizarme. Tengo que centrarme. Repito sus palabras en mi mente. Reavivo el sonido exacto de la frase. Sé que soy lo suficientemente inteligente como para saber localizar el error sin tener que atender a nada más. Puedo hacerlo.
«No me están vigilando». Eso ha dicho. Sin dudas. Sin sonar tranquilizador. Absolutamente sincero.
«Por todas las llamas del Infierno».
El error está en la frase en sí. En lo que significa. Si no lo están vigilando, eso implica que ha dejado de ser un renegado; han dejado de perseguirlo. Ha vuelto al redil. Y Lucifer no perdona a los que lo retan. No perdona a nadie. Sólo acepta un precio para volver bajo su diabólico manto.
El precio de la sangre.
Abro los ojos cuando me doy cuenta de a qué ha venido Ass. Por el rabillo del ojo consigo vislumbrar el destello del metal bajo la luz de las farolas justo a tiempo.
Un grito agónico sale de su boca mientras se separa de mí. La daga que sostiene en la mano cae al chinarro con un sonido seco. Tiene el rostro congestionado por el miedo. Los ojos, desorbitados por el terror, miran el mango del cúter que sobresale de su pecho. Lo tiene clavado justo en el corazón.
Con un último aullido, Ass estalla en llamas y desaparece para siempre.
No quedan más testigos de lo ocurrido salvo la daga que recojo del suelo. Pienso conservarla. Mantenerla cerca mientras espero a que otro demonio aparezca para matarlo, igual que he hecho con Ass.
Todo con tal de sobrevivir… y vivir en paz.

2 comentarios:

  1. Pues a mí me ha gustado bastante. Se parece a las historias que escribía durante mi adolescencia y eso me hace nostálgicamente feliz. Gracias por compartirlo, lady Sierpe =D

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