¡Hola! Hoy quiero daros mi opinión sobre las etiquetas. Esas etiquetas que son buenas y malas a la vez, que cuando acabas de ponértelas estás tan cómodo y al rato te empieza a picar todo como si hubieras estado limpiando paraguayos todo el d…
«Señora sierpe, ¿de qué está
hablando?»
«Pues de etiquetas…»
«…¿de ropa?»
No, no, os explico. ¿No os ha
pasado nunca que estáis tan contentos con el último libro que os estáis leyendo
hasta que viene alguien y os dice que cuándo vais a leer cosas de verdad y a
dejar esas dragonadas para niños? En ese momento haces como que te pica todo y
empiezas a rascarte con tal de no soltarle alguna bofetada a tu interlocutor, o
como mínimo, a morderte la lengua.
Sin embargo, ¿son las etiquetas
las culpables de este tipo de comportamientos? ¿Si dejaran de existir podríamos
dejar de hacer incisos para que nadie
pueda insinuar que estamos opinando negativamente sobre la literatura juvenil?
Obviamente no. No solo es una necesidad de librerías y editoriales, sino
también del consumidor. Cada uno tenemos nuestros gustos y preferencias y nos
gusta saber en qué nos estemos gastando el dinero. Ir a comprar un libro es
mucho más satisfactorio cuando hay un rincón dedicado a nuestro género
predilecto (o quién no se ha quedado embobado en la sección de fantasía y
ciencia ficción, ¿eh?). Y si no nos importa el género, lo único que tenemos que
hacer es hacer caso omiso de las etiquetas, elegir un libro aleatoriamente o
pedirle recomendaciones a nuestro librero (o cerrar los ojos y dar vueltas con
el dedo señalando, aunque entonces las probabilidades de que nos toque 50
sombras de Grey pueden subir peligrosamente).
Entonces, las etiquetas son
buenas, son necesarias. ¿Mi opinión? Sí y no. Creo que su bondad o maldad
depende del uso que les demos (como todo en esta vida, vaya). En narrativa hay
(que yo recuerde ahora mismo) dos clasificaciones principales: por géneros y
por edades (sí, la literatura juvenil no es un género, válgame Dios). Por
edades tenemos la infantil, la juvenil (subdivididas ambas por rangos de edad)
y la adulta; por géneros, policíaca, terror, aventuras, histórica, de fantasía,
ciencia ficción, erótica, etc. Y cada uno de estos géneros tiene diversos
subgéneros (igual que las edades tienen diferentes rangos). Hasta ahí todo
correcto.
Todo correcto hasta que te encuentras esto y la cabeza te explota XD |
Creo que esta es una
clasificación muy útil. Vamos a nuestra librería más cercana y le decimos a la
señora librera (que antes ha sido librero, así variamos) que queremos un libro
juvenil a partir de los 15 años y que sea de aventuras. Y la señora librera (si
sois educados y lleváis dinero encima, aunque no sea en efectivo) os lo vende.
Todo perfecto. Ahora bien, como vayamos y le digamos a la señora librera que
queremos un libro juvenil a partir de los 15 años, que sea de aventuras, que no
haya sangre, que haya romance pero que no tenga sexo, que el protagonista sea
un chico pero que no sea machista, que no se digan palabrotas, que esté
ambientado en el presente pero que nadie se salte las clases para vivir esas
aventuras, que los padres del villano sean muy religiosos y que el vecino no
tenga un gato de mascota… no sé, a lo mejor la librera nos dice que por qué no
escribimos nosotros ese libro (bueno, no nos lo dirá, pero lo pensará seguro y
acabará dándonos una adaptación de la Biblia para niños). No podemos hacer de
cada elemento narrativo una etiqueta. No podemos catalogar cada escena de una
novela como un subgénero en sí. No podemos hacer que cada libro sea un
subgénero en sí mismo, porque entonces, ¿qué clasificación estamos haciendo?
(Todo esto viene por este
artículo que compartió hace unas semanas Selene M. Pascual, donde la
sobreprotección a la juventud empieza a dar verdadero miedo, pero de eso hablaré
más abajo).
A veces ya nos cuesta catalogar
una obra que aúna varios subgéneros (como un thriller cyberpunk. ¿Lo
clasificamos según la cantidad de thriller y cyberpunk que tenga? Qué
complicado cuando lo primero tiene que ver con la trama y lo segundo con la
ambientación). Y por eso precisamente es ABSURDO juzgar un libro únicamente por
la placa que haya en la estantería donde lo han colocado (haters del género fantástico o de la literatura juvenil, os estoy
mirando). Porque los géneros no son estructuras cerradas de donde el escritor
no puede salirse, sino que se alimentan unos de otros para conformar historias
nuevas y originales. Hijos del dios
binario, Switch in the red, El dios asesinado en el servicio de caballeros,
son ejemplos de novelas recientes que podrían estar en varias estanterías
diferentes y no nos estarían engañando. Así que, dado la cantidad de géneros
que hay y la cantidad de combinaciones que puede hacerse con ellos, ¿tiene
sentido hacer una placa para cada posibilidad? Desde mi punto de vista, no.
Para eso ya hay otros filtros: portada y sinopsis son el primero, lo que sepa
el librero es otra muy buena opción y gracias a la existencia de internet
tenemos acceso a reseñas de todo tipo y de toda opinión, tanto desde un
buscador cualquiera (no sé si el Bing que os instalasteis sin querer al bajar
la apk de Pokemon servirá) como de Goodreads. Solo requiere un pequeño esfuerzo
e interés por nuestra parte.
Ahora bien, ¿y el escritor? ¿Puede
beneficiarse de las etiquetas a la hora de escribir? Bueno, aquí la respuesta
por mi parte tampoco va a ser ni positiva ni negativa. Cuando uno escribe, creo
que tiene bastante claro si está escribiendo novela negra o erótica (o una
mezcla de ambas). Este conocimiento le permite estudiar obras que pertenezcan a
esos géneros para reconocer sus patrones, sus elementos comunes, sus tópicos,
su tratamiento de cierto tipo de escenas, y de ellos poder evolucionar,
retorcerlos y modificarlos al gusto para hacer algo completamente distinto (o
seguir la misma tónica, eso va al gusto del escritor). También le permite
lanzarse a por un género (o subgénero) que esté teniendo bastante éxito en la
actualidad (lo cual también va al gusto del escritor, en eso no me voy a
meter). También tiene claro si se quiere dirigir a un público adulto, a otro
más joven, o si sus historias van dirigidas a niños. De ello depende en gran
medida la extensión, el tono y la variedad de vocabulario utilizado. Así pues,
antes de ponerse a escribir, el escritor es (o debería ser) consciente, como
mínimo, de a qué público irá dirigida su historia, y por supuesto, también del
género (aunque no haya leído previamente nada de él, que uno no se pone a
escribir cifi y se da cuenta al final de que es una novela histórica lo que ha
parido).
¿Problema? El mismo que tiene el
lector: la lectura que se le dé a la etiqueta correspondiente. Según veo, esto
ocurre sobre todo en la clasificación por edades. Hay periodos con modas y
corrientes que dejan en los lectores una concepción sobre cómo debería ser cierto
tipo de literatura. El esquema tolkieniano se ha repetido hasta la saciedad, y
en un momento dado parecía que la fantasía solo estaba compuesta por mundos
inventados habitados por elfos, enanos, medianos, dragones, orcos y un sinfín
de criaturas imaginarias además de los humanos. Algunos hoy en día aún tienen
esa concepción, de ahí que a según quién aún le parezca que la fantasía son
«dragonadas». La literatura juvenil, por otro lado, ha estado poblada estos
últimos años de romances (tóxicos en muchos casos), triángulos amorosos,
vampiros (con purpurina), tramas con un único hilo conductor, narraciones en
primera persona (y también en presente). Así que tenemos un pensamiento
generalizado de que una novela juvenil tiene que tener romance con triángulo
amoroso incluido (que si no es que no tiene miguilla, vaya por Dios), una
heroína que salva al mundo (y a ser posible con mala leche, para que sea fuerte
e independiente) y estar narrado, al menos, en primera persona. Y con drama
gratuito para que el lector tenga pena de todos los personajes (hasta del maltratador).
Visto así, no es de extrañar que algunos hayan salido por patas ante tal
despropósito, aunque por supuesto esto no sea más que la cúspide de un gran
iceberg formado por muchas otras historias que no cumplen estos requisitos.
Las modas valen hasta para las portadas, así se pueden identificar fácilmente. |
Yéndonos a una visión más
amplia, podríamos decir que la base de la literatura juvenil estaba en trama y
lenguaje sencillos, violencia pero sin llegar a ser gore, poco sexo o ninguno
(y por supuesto, nada explícito, todo fundido en negro) y romance (porque es un tema que puede
interesar a los jóvenes). Bueno, en primer lugar habría que hacer una
diferenciación por edades (una persona con 11 años no te pide lo mismo que una
con 16). Y en segundo lugar, y yéndome directa al young adult, ¿realmente es necesario que el romance sea algo
principal en la trama? ¿No hay otros temas que puedan interesar a los jóvenes
que merezcan estar en primer lugar dejando el romance en un segundo plano? ¿Nos
están diciendo que el sexo no interesa al público al que va dirigido el young adult? ¿Insinúan que un
adolescente con 16 años puede leer Cien años de soledad, La casa de Bernarda
Alba, Los santos inocentes, y necesita una trama sencilla para entender la historia?
Yo leí Los hijos de la Tierra con 14 años y Canción de hielo y fuego con 15, que vengan a decirme que no puedo
leer sobre sexo, violencia, o que no me entero si el número de tramas no se
reducen al mínimo. A veces me da la sensación de que tomamos a los adolescentes
por estúpidos. O de que la sobreprotección ha llegado a tales extremos que
parece que queremos mantener a nuestros hijos en formol hasta que encuentren
trabajo. Ahora no sé cómo andará el asunto, pero hace unos 10 años, las «clases
sobre sexualidad» se daban a partir de los 13-14 años, tenía compañeros que
fumaban también desde casi esa edad, y amigas cuya diversión a los 15 años ya
era hacer botellón hasta que el cuerpo aguantara (lo supieran sus padres o no).
Los niños tienen una madurez mayor de la que estamos dispuestos a admitir, los
subestimamos, les damos retos por debajo de sus posibilidades para que los
pasen con holgura y no se depriman (aunque nunca lleguen a descubrir sus
límites). Seamos sinceros, no va a dejar de haber libros que cumplan estos
requisitos sobreprotectores, pero los escritores no deberían quedarse con eso.
Deberían mirar más allá, reducir aún más esa etiqueta y quedarse con lo
esencial: lenguaje asequible para la edad, violencia sin llegar a ser
excesivamente explícita o traumática y sexo, sin entrar en detalles.
Sin entrar en calidad literaria, en Harry Potter había violencia, muertes (algunas traumáticas), nada de sexo, algo de romance y, sobre todo, AMISTAD. |
Resumiendo, considero que para
escribir no podemos dejar de lado las etiquetas, porque condicionan algunos de
los aspectos de la novela. Pero si dejamos de ir a lo básico y ampliamos la
definición de lo que estamos escribiendo corremos el peligro de seguir un
patrón que se ha establecido en un momento dado y al que no tendríamos por qué
ceñirnos, ya que lo esencial es mucho más simple y da mucho más juego a la hora
de escribir. Con el tono y la extensión propias para la edad a la que va
dirigida la novela, deberíamos ser capaces de conformar una historia, porque
las anteriores ya son restricciones suficientes que nos acotan la complejidad
que puede llegar a tener.
En conclusión, mi opinión es que
las etiquetas son una buena herramienta, no solo a la hora de distribuir a las
librerías y a la hora de catalogar las novelas, sino que también ayudan tanto a
lectores como a escritores a situarse. Ahora bien, hay un mal uso de las mismas
en cuanto a que abusamos de ellas, queriendo etiquetar más de la cuenta y
perdiendo por tanto su utilidad, que se basa en una sencilla localización de
una serie de aspectos básicos. Los aspectos concretos de cada novela deberíamos
buscarlos en otro sitio. También les damos un mal uso cuando las dotamos de
características que a priori no tienen, sino que son pormenorizaciones que
suelen afectar a un género en un periodo concreto, ya que nos restringen tanto
a la hora de escribir como de buscar originalidad en nuestras lecturas.
Así pues, ¿etiquetas sí o no?
Pues por mí sí, pero moderadamente y usándolas como una guía y no como un credo
o unas normas que seguir al pie de la letra.
Totalmente de acuerdo contigo. Hay veces en el que las etiquetas ayudan a encontrar libros que tenga x característica, pero hay otras veces que no le veo mucho sentido. Eso dejando a un lado que hay libros que es complicado clasificarlos.
ResponderEliminarLo que no me gusta nada es que se utilice el público objetivo como etiqueta exclusiva porque eso no clasifica ni te ayuda a saber qué te vas a encontrar para nada. He visto un par de veces estanterías de libros clasificados como infantiles y juveniles sin ningún orden interno y me parece absurdo "reducir" a un comprador por su edad.
Besos <3
Además las edades son muy orientativas y normalmente tienen más que ver con la capacidad lectora del individuo (vocabulario y formación de frases) que con las tramas en sí. Sin embargo Memorias de Idhún y El mar quebrado, aunque la edad orientativa sea la misma es para un tipo muy diferente de lector, y te los encuentras en el mismo estante.
EliminarGracias por pasarte, un abrazo ^^
Hola :) Interesante, y es algo sobre lo que he pensado muchas veces. Etiquetas, si, deben existir, pero como una guía hacia lo que buscamos. El problema viene cuando se cataloga todo por milimetro y se termina creando etiquetas que aunan 8 géneros, que a su vez tienen otras etiquetas y luego otras más, y todo se vuelve una locura, y de repente, ves el mismo libro en diferentes estanterías en varios librerías con géneros diferentes, por que no saben a que atenerse. Creo que deben existir unas etiquetas génerales (fantasía, ciencia ficcion,...etc) y el resto también, pero como tu dices, como acompañamiento para saber que nos podemos encontrar, no como algo que deba marcar la novela en su totalidad, no sé si me explico muy bien XD. Y como tu, he leído cosas por ejemplo de Stephen King con 14 años que acojonarían a cualquier novela catalogada como juvenil hoy en día, y que, no pasa nada si te gusta leer ese tipo de literatura. No creo que la narrativa tengo una edad ajustada, cada uno lee lo que le llama y apetece, y el resto del mundo tiene que darle igual. Un abrazo^^
ResponderEliminarCon la juvenil es que hay un sobreproteccionismo que empieza a dar miedo. En cuanto al resto, hay que entender que las etiquetas son algo supeditado al libro, flexible, y no algo rígido a lo que el libro se supedita. Cuando seamos conscientes de eso tendremos menos problemas. Un placer tenerte de vuelta ^^
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